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viernes, 8 de enero de 2010

LA VIEJA POTESTAD

Certero perfil de Cristina Fernández y su bastón, que el talento del artista platense Agustín Gomila sugiere violín.
En la actualidad argentina la democracia aún atraviesa la fase presidencialista. El estigma viene de lejos, por influencia de la colonización española y un legado autoritario que de hecho reforzó la muy posterior figura presidencial.

Hipólito Yrigoyen fue el primer Presidente democrático elegido por sufragios no contaminados por el fraude. Su gestión compatibilizó la existencia de los tres poderes elevándose por encima del que le correspondía, tanto simbólicamente como de hecho, al intervenir provincias desafectas a su credo. La constitución autorizaba los procedimientos, pero su número fue juzgado excesivo y a la postre, sirvió de pretexto para interrumpir por la fuerza su segundo mandato.

Los interregnos militares de Uriburu y Justo fueron dictatoriales, reforzando in situ un presidencialismo debilitado por el asedio reaccionario, en el caso de Roberto Ortiz, y vuelto a reforzar aunque por breve lapso mediante Ramón Castillo. Ambos sucedían a Justo por efecto del fraude.

El golpe militar del 4 de junio del ´43 devolvió el poder al Ejército. Tres generales se sucedieron hasta la elección plenamente democrática de Juan Perón, alto oficial surgido de las entrañas del golpe.

Transformado en líder de masas gracias a profundas reformas sociales, efectuadas en su momento contra viento y marea, Perón fortaleció el presidencialismo hasta límites dictatoriales que, no obstante, preservaban la existencia del Parlamento (mayoritariamente adicto), junto a un poder judicial subordinado.

Una vez derrocado tras nueve años de poder absoluto, los interregos militares se sucedieron sin que la exaltación presidencial fuera mitigada, salvando el caso del radical Arturo Umberto Íllia. Sencillo médico cordobés y político tolerante, fue otra víctima de los cuarteles y su debilidad electoral.

La figura absolutista del caballista Juan Carlos Onganía operó reforzando nuevamente un liderazgo, esta vez remitido a las Fuerzas Armadas.

Los inmediatos sucesores fueron de breve curso. Con el retorno a la democracia y eliminado de la escena Héctor Cámpora, el envejecido Perón volvió a potenciar la potestad del mandato presidencial. Su esperpéntica sucesora cavó aún más la fosa de aquella democracia débil e inoperante, surcada por asesinatos de Estado de nuevo formato genocida e insensato terror juvenil. Con el "Proceso" y suprimidos los tres poderes en beneficio del monopolio militar del terror, la figura presidencial perdió gas en favor de un ejercicio de facto colegiado, por parte de las tres armas.

La elección masiva de Raúl Alfonsín restauró la democracia y la dignidad de la figura presidencial, tras el terror generalizado y los desastres militares, pero su fracaso económico, precedido por ciertas temulencias ante los cuarteles de entonces y el peronismo sindical volcaron la balanza y el voto a favor de Carlos Saúl Menem.

No hubo -ni es deseable que se repita- un gobierno "democrático" tan venal y absolutista como el de Menem. Sus diez años de virtual emirato, repartidos entre dos presidencias, destruyeron la cohesión social de la sociedad argentina, El uso de la mayoría congresual absoluta como arma arrojadiza para imponer planes económicos contrarios al interés nacional y social no fue novedoso como estrategia de poder. Juan Perón lo había perpetrado antes, sin la intención ni las consecuencias del caso.

No obstante, ni con De la Rúa o Duhalde se apreció la huella menemista de acumular poder y fortuna como ahora; cuando las señales de codicia contrastan con una miseria popular que avanza como la marabunta. El matrimonio Kirchner reitera los peores momentos del presidencialismo, en detrimento de la deseable República Parlamentaria. Su reciente revés en las urnas refuerza esta otra perspectiva aunque la flojedad y dispersión de sus opositores por izquierda y derecha no presagien grandes momentos.

El episodio Redrado, el pleito criminal presentado por los abogados del Ejecutivo y su destitución final, argumentando insuficiente respaldo congresual -por cuestión de formas y procedimiento ante la supuesta indefinición de competencias en la nueva legislatura- vuelve a revelar hasta qué extremo el refuerzo y peso del presidencialismo es decisivo en los asuntos de Estado.

La única salida a este conflicto que va a más, radica en un juicio político a la Presidenta. Liso y llano. Mecanismo autorizado por la Constitución, debe implementarse ante la insensata escalada de poder de un matrimonio enriquecido a la sombra del poder, que insiste en desafiar con arrogancia inaudita la sensatez ciudadana.

De no realizarse, los Kirchner desatarán nuevas tormentas. No hace mucho señalé ciertas intenciones facciosas por parte de la derecha peronista en alianza con políticos conservadores, dueños de la tierra y algunos periódicos. Pero los acontecimientos vuelan en esta tormenta desatada por la voracidad de la Casa Rosada y la residencia de Olivos. Cuando no se interpretan correctamente las señales que la sociedad emite a través del voto y la prensa, aunque ésta sea opositora y amague ribetes insidiosos o aglomerantes, se cometen graves errores. Si se las desconoce, se perpetran desastres en cadena.

Las atribuciones de un presidente democrático deben servir a los ciudadanos que pagan su sueldo, depositándole su confianza. La idea de la señora Fernández y su pícaro consorte radica en servirse de ellos, creyendo que la vieja potestad otorgada por la historia a los mandatarios argentinos es de curso eterno.
Y nada lo es. Menos que nunca ahora. De ahí que quepa la premonición objetivamente sugerida más arriba por la caricatura, y Cristina deba tocar el violín -en vez de usarlo tan malamante como bastón-, en otra orquesta.


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