Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 11 de septiembre de 2009

EL OTRO...

Eduardo Duhalde: Ex vice y senador en ejercicio de la Presidencia, multimillonario patrón bonaerense del peronismo de "sangre azul", y hoy candidato a Gurú arbitral de una multipartidaria antigubernamental.

Reciente devoto del viejo Arturo Jauretche, el "cabezón" vuelve por sus fueros en una ponencia seguramente tutelada y escrita (total o parcialmente) por el sempiterno Abel Posse.

A mí, la imagen de este abogado de Lomas de Zamora, bañero en su juventud y amigo de todos aquellos que solemos detestar, me quedó clara durante su larga colaboración como segundo de a bordo durante el menemismo, fundida a la exacta radiografía que del personaje trazó con valor y buena pluma el periodista Hernán López Echagüe.

De su gestión al frente del Poder Ejecutivo recojo la nefasta pesificación y sus metástasis, junto a los 33 heridos y dos muertos (Kosteki y Santillán) en Avellaneda por carga policial de la "maldita policía" bonaerense, que él mimó ad eternum. No puedo refrendar los comentarios que sindican las raíces de la fortuna acumulada por este señor en el narcotráfico, cuando hasta la mismísima DEA lo absolvió de la práctica; si puedo en cambio cuestionar a este organismo, pródigo en corruptelas, asesinatos y manipulaciones, por cuenta propia y los intereses geopolíticos de Washington.

Duhalde (y Posse) eligieron ad absurdum la figura de Jauretche, muerto en la modestia que siempre lo caracterizó, por su vieja tradición de radical rebelde, vinculada al primer peronismo.

Es un cable lanzado al tránsfuga Julio Cleto Cobos, sujeto poco recomendable desde el instante mismo en que rompió con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner sin renunciar a su cargo de Vicepresidente.

Mezclar elípticamente a don Arturo con Cleto es propio del "padrinazgo" del torticero Duhalde, especialista en jugar sus cartas en instantes de crisis nacional o vacío de poder.
En su alusión a las "zonceras" jauretchianas y en ejercicio del "copyright" que detenta arrogante sobre la marca partidaria, incluye la póstuma derrota del Justicialismo en "las últimas elecciones". Centrado en complicar al radicalismo con Cobos y sus propios manejos, auspicia un aglomerado ejemplar de "compañeros" al estilo de Macri, De Narváez, Ruckauf, Barrionuevo y Reutemann, sin excluír a nadie que abandone la averiada barcaza de los Kirchner.

La intención de articular la legalización de su imaginario mediante un "Pacto de la Moncloa" al estilo criollo supone el entierro de la política de Derechos Humanos y el retorno a las "relaciones carnales" que él y su patrón de entonces instrumentaron con tan funestas consecuencias para la dignidad nacional y el prestigio exterior del país.

Con el nuevo desembarco en la Rosada de estos peronistas all olio las coincidencias con el siniestro Álvaro Uribe Vélez y "el adecentado" Alan García, serían el pan vuestro de cada día.

En verdad, la carne y el espíritu de Duhalde están mucho más cerca de la "Década Infame", que de quienes la fustigaron sin tregua.

Su gestión servil de Menem encabezó justamente otra por el estilo, corregida por el uno a uno, y aumentada por la ruina posterior y el colapso del 2001; instante en que el antiguo "lifeguard" (y transformista) se lanzó a las procelosas aguas servidas para salvar la Patria.

Ahora vuelve a calzarse el gastado bañador municipal, invocando a quién no debiera y sin hacerse ninguna autocrítica por las infamias que convalidó desde casi siempre.

Jauretche era un rebelde; quizá menos técnico que Raúl Scalabrini Ortiz o teórico que Liborio Justo, pero conservó intacto el ingenio socarrón para con los martilleros públicos de la Patria hasta el final de sus días.

A veces se equivocó. Como funcionario del Coronel Domingo Mercante (el mejor gobernador de una provincia que Duhalde respetó tan poco) echó a huelguistas bancarios. Pero su paso por alguna forma de poder o fallida apuesta (hacia el frondizismo desde la revista "Qué") fue fugaz, y obedeció a su pura y exclusiva voluntad.

Por eso mismo un Perón apetente de sumisos adláteres lo mantuvo a distancia, desde al menos 1944, mientras Mercante (virtual Forjista de alma y verdadero artífice de la buena vecindad con los opositores) le amparaba en lo posible desde Buenos Aires.

Esgrimir símbolos equivocados suele volverse contra los manipuladores de toda laya.

Tampoco es casual que sea "La Nación" el vehículo que imprima la letra de esta gastada partitura en el presente. La vieja "Crítica" de Natalio Botana lo hizo antes del golpe del 6 de septiembre de 1930, sosteniendo desde posiciones de izquierda los fraudes del General Justo. Ahora, sin Generales en la política, los reaccionarios de siempre apuestan por este cachuzo Mariscal de la derrota; auténtico hacedor de zonceras gravosas para la Nación, y los más humildes ciudadanos que invoca con tanta desvergüenza.





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