Entre los despropósitos previsibles en España, figura, según encuestas recientes, el aumento de votos para el PSOE, a raíz del maquillaje rejuvenecedor de Alfredo Pérez Rubalcaba. Pedro Sáchez es eso mismo, mezclado por algún afeite cedido gentilmente por Susana Díaz. Una suerte de cirugía rejuvenecedora de signo esperpéntico. Pocas cosas cambiarán si el crecimiento prospera, hasta liberar a ese partido de pactos, otorgándole mayoría negociadora. Lo que hace Díaz en Andalucía es una política limosnera, que no saca a nadie de la pobreza. Sus modelos son Renzi, Valls y todos los canallas de la socialdemocracia clientelar europea. Hace falta cambiar el vínculo chantajista y empobrecedor de la UE y la Troika para ir a alguna parte. Sánchez plantea el sueño imbécil de volver a los tiempos de Felipe González, como si fuera posible. Y todos sabemos, menos él y los suyos, que por suerte no lo es, ni siquiera fantaseando con la creación de H. G Wells y su Time Machine; estupendo imaginero de original creación, que adoraba a Stalin y creía en los espíritus reencarnados.
Se entiende el interés de una mayoría de ciudadanos por librarse de la pesadilla de este gobierno y su banda parafascista, de mal pronóstico electoral. Pero ellos aún desean terminar la Legislatura, gracias a la estrecha colaboración del otrora gran partido, respetuoso de una democracia amoral, corrupta y de hecho inexistente. El camino se prefigura escarpado en estas circunstancias. Pero la cuestión fundamental es llegar a una alternativa viable. Sólo posible si se encaran medidas que afecten a los que hoy se lucran con esta otra, tan cruel, miserable y destructora del país y su elemento más preciado: el humano.
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