El tiempo no tiene dueños, sólo referentes geográficos con gentes que en ellos conviven, bien o mal.
El actual drama catalán reconoce dramas varios. El más destacado en
los últimos treinta años radica en la educación, que ha formado catalanes
dotados de un cierto complejo de superioridad (valiéndose del tan cacareado
"factor diferencial"), no individuos abiertos al mundo, dispuestos al
intercambio de contenidos y valores, bien integrados al mapa común y el
Continente.
Empero, una mirada atenta nos conduce a
estimar lo sucedido en otros territorios europeos. Se habla de Finlandia como un
paradigma cultural a imitar. Educándose bastante mejor que nosotros, la
instrucción tampoco les ha servido para avaluar a su propio país como integrado
a una Europa social. A esa cultura le faltó ese componente esencial de
universalidad que une a los seres humanos sin distinción de clase o pecunio, por
ello la derecha cuenta con un partido xenófobo de importancia, además de apoyar
la hegemonía alemana, tan o más endógena.
La cerrazón, hoy políticamente
mayoritaria en Catalunya, tiene su
correlato en la formación gobernante, aquejada de un españolismo recalcitrante y elitista, y cercano al franquismo. Me refiero a la del PP, el señor Rajoy y
sus poco ilustrados colaboradores. Obran sin dialogar en absoluto y por reales
decretos desde el Parlamento, causando destrozos de impresionantes
consecuencias. El Presidente mismo parece ciego, sordo y mudo hacia todo aquello
que no provenga de Berlín o Bruselas. Su histriónico ministro de Educación,
alentado por la FAES del señor Aznar (como casi todo el Gabinete),, ha empeorado el cuadro de
gravedad haciendo exactamente lo que conviene a la estrategia de la Generalitat &
sus asociados independentistas. Otro penoso factor radica en la postración del
PSOE y el eterno magna hamletiano del PSC, bloqueado entre el catalinismo y su esencia socialdemócrata. Crecientemente devaluado, el Presidente se apoya en una mayoría
absoluta a punto de caducar, en vez de dialogar, reemplazando no sólo a Wert,
sino su concepción, entre autoritaria y rudimentaria del mando político. Para
hacerlo tendría que dialogar, no ejercer como mero Registrador de la Propiedad de los
bancos alemanes, franceses, y tan pocos compatriotas.
En medio del pandemonio, ¿es posible el
diálogo? Las manifestaciones sectoriales defendiendo derechos conculcados y espacios públicos en la educación, la justicia y la sanidad ganan la calle, sin que haya intercambio
alguno ante reclamos pacíficos. El huracán neoliberal sigue devastando parcelas de conquista acreditada en años. Eso sucede en Catalunya y el resto del Estado.
Es una ausencia cultural que, desde la base de la sociedad intenta repararse mediante la protesta,
sin éxito momentáneo en las cumbres. También llevará tiempo hacerlo, de prisa y
corriendo al menos. Entre tanto, la herida catalana sigue abierta, entre otras que a diario laceran el tejido social de una sociedad que se empobrece
materialmente hasta extremos peligrosos. He vivido 33 años en Argentina y sé de
estas cosas. La ventaja sobre ellos fue, hasta no hace mucho, pertenecer nosotros a la UE.
Era la pertenencia equivalente de una Catalunya integrada a España. Sin embargo,
lo de Finlandia y su cultura, brillante aunque endógena, se cobra sus piezas
continentales en los países de economía menos equilibrada y potente, para beneficio de los más prósperos. Durante
décadas, dije, hemos formado catalanes antes que ciudadanos del mundo, y ahora
nos damos de bruces contra nuestra propia incapacidad para asumir esos
pospuestos principios. Habremos vivido en los años dorados por encima de chances materiales objetivas, pero lo hicimos muy por debajo de las culturales, fomentando
una sociedad civil apolitizada en España, y cerrada en su nacionalismo del Barça
en su flanco catalán.
La amenaza de escisión es fruto de otra, entre cultura universal o consumo momentáneo y desaforado. En Europa toda ha dominado esta pobre noción del tiempo y la vida. Por esa razón, son el poder financiero y la voracidad de los mercados los núcleos dominantes hoy en la vieja Europa. La consigna es especular, no producir, desarrollando una espiral destructora de apocalíptico final, ya anticipado en Grecia, Portugal, Irlanda y España por los avances de la miseria y la desprotección social. Diecisiete años atrás nadie imaginaba que el Muro de Berlín caería sobre nosotros y Catalunya podía abandonar la barcaza hispana. Sin embargo,el abandono del humanismo como base moral y material de la existencia vienen prefigurándolo a través de un modelo de desarrollo que, al olvidarse del Hombre selló su aparente destino. Lo único que cohesiona un país es la equidad, y un Estado de Derecho que respete escrupulosamente los derechos ciudadanos al trabajo por un salario digno, la educación y la sanidad. Dónde los más débiles sean amparados y defendidos desde la inclusión. Es el destino que cualquier nación se merece. Y en el mismo radica su fortaleza, resistiendo los malos vientos de la crisis y la adversidad.
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