Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 22 de diciembre de 2012

EL INSTANTE DE LA GRAN DEVASTACIÓN



No hay engaño ni confusión posible, España vive su gran instante de la devastación en el presente siglo. Fallando el pronóstico del Fin del Mundo, para seis millones de parados y casi un tercio de la población en la pobreza o la indigencia, no hay un mundo posible en que vivir con dignidad. Si bien la protesta popular abarca cada vez más colectivos que no trepidan en movilizarse, la acción criminal del Gobierno en materia social se ahonda, en sintonía con lo que está ocurriendo en Grecia y Portugal. Cada siguiente medida comporta otra injusticia más.
Más que el amparo de una mayoría absoluta en las cámaras, Rajoy y el PP apoyan su miserable gesta de exclusión social y precarización, en dos soportes. El más firme se articula entre los mercados, la gigantesca deuda exterior-en la que se integran la privada y la pública-, junto al eje dominante de Alemania y sus asociados. No es novedosa la égida. Ya antes costó decenas de millones de muertos en dos guerras atroces. El Euro asimétrico remata una tenaza imposible de funcionar sin el auxilio de la gran burguesía española, sus multinacionales, e intereses bancarios bien representados políticamente por el PP y el PSOE.
Hasta ayer, la Unión Europea promovió cierta modernización de la economía local, a cambio de la libre circulación de capitales sujetos al Tratado de Maastrich. Pero a esta integración se agregó el coste desindustrializador, transformando el territorio en un área de servicios encadenada a una Europa Global.
Las élites locales aceptaron desde el vamos estas reglas de juego, compensadas por aportaciones desde el centro a la periferia
La más importante acabó en la burbuja inmobiliaria y esta crisis brutal. Ahora cabe achicar el país, eliminando parte del mercado de consumo por la vía de la precarización, sin importar el coste en salud,  educación, bienestar y vidas humanas. La receta de Berlín y sus asociados exige un cumplimiento a rajatabla de los compromisos que insume la deuda (que impulsó la burbuja) y su pronto pago. Durante las previas crisis económicas locales (la de finales de los ´70 y los iniciales ´90) era posible devaluar la peseta reajustando la economía. Las reglas del Euro -falsa moneda común, en tanto su control depende de los países acreedores y sus fuertes polos económicos- impiden el viejo mecanismo. Luego, los dos grandes partidos españoles, beneficiados antaño por la bonanza, resuelven obedecer el pago de esa deuda tras modificar la Ley Fundamental, adaptándose mansamente a los nuevos tiempos. En términos reales significa bajar salarios, facilitando despidos masivos mientras destrozan el precario Estado de Bienestar, subiendo los tributos a los asalariados y jubilados, o desahuciando a cientos de miles de deudores hipotecarios. El saldo de dos millones y medio de pisos vacíos y casi 400.000 familias desahuciadas hasta la fecha, proyectan el flanco más insensato y grotesco de esta espiral depredadora.
Las inyecciones a los bancos (comunitarias o estatales) no van destinadas a estimular el crédito de las pequeñas y medianas empresas (abrumadoramente mayoritarias en España), sino a limpiar los balances con cargo al Estado (vía recaudación de impuestos directos e indirectos), para pagar sus deudas. se impone la eterna fórmula de bajar salarios reales por esta vía perversa. Centrado en cumplir los dictados de la Eurozona, el Gobierno desestima toda perspectiva de reactivar la economía. Cómo si no redujese Hacienda progresivamente su recaudación, ahondando el negro pozo de una de una imposible de cumplimentar.
La cultura europeísta, alimentada en los últimos veinte años a todo gas, desempeña un rol crucial en la presente crisis. Un respeto totémico por el Euro, amenazando con el infierno si partimos peras con el engendro dinerario, frena en el inconsciente colectivo una vigorosa respuesta al chantaje de Bruselas, Rajoy, Rubalcanba o el neoindependentista Artur Mas. La burguesía local  intenta salvarse desesperadamente a costa del resto de la población y gran parte de sus asalariados. Presa de una suerte de hidrofobia,  responde a la consigna dominante de un capitalismo agónico y especulador, que ya no confía en la producción y el consumo generalizado.
El fenómeno lo he vivido durante años en Argentina, y ahora el drama persigue nuestros pasos en este continente envejecido. El gran instante de la devastación ha llegado.
La única chance de revertirlo es mediante la organización política de un programa social que cuestione de una vez por todas un modelo continental canallesco, corrupto e inaceptable. Esta Europa asocial de los paraísos fiscales y el clientelismo político, del "vive hoy y que el mundo te importe un carajo", es la de unos pocos y nada tiene que ver con la esperanzadora que emergió, con  todos sus defectos -no con éstos-, de la Segunda Guerra Mundial para terminar viviendo otra guerra. La peor de todas; aunque también la que ofrece, con mayor claridad, que las clases existen y una de ellas es la verdadera amenaza para el porvenir de la humanidad. La foto de esos niños en un barrio de Madrid, representando al millón y medio que hoy carecen de futuro en esta tierra, lo atestigua.

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