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miércoles, 20 de febrero de 2013

EL MUNDO PERDIDO


La jornada inicial del Debate sobre el Estado de la Nación no ofreció apreciables novedades. El Presidente encaró la fórmula de siempre, mechada de frases hechas que intentan justificar las atrocidades perpetradas, según él, en nombre del pago de la deuda exterior; requisito indispensable para que España pueda financiarse. Su anuncio de la reducción del déficit por debajo del 7% exigido por Bruselas, vino a constituír la gema de la corona de espinas imaginaria que exhibe, mostrándose probo para el cargo en momentos tan difíciles. Asimismo, deslizó medidas de estímulo para "los jóvenes emprendedores" y alguna otra imagineria que sueña efectivizar. 
La realidad es muy otra, y él mismo lo admite en la cantada cifra de paro, acreditando seis millones de almas y cuerpos mal nutridos.
Sobre Bárcenas, Sepúlveda y Mato, o la trama "Gürtel", ni una palabra. Sí en cambio las dedicó a ensalzar su miserable "Reforma Laboral", de la que cabe esperar estupendos resultados, en un futuro no tan lejano como la galaxia de "Star Wars". 
El espaldarazo a esta política ruinosa que deprecia el valor de la fuerza de trabajo en beneficio del capital, promoviendo aterradoras cifras de paro y miseria, lo recibe de quienes mandan hoy en la Unión Europea. Merkel, Draghi y los que rigen el catastrófico presente continental no se cansan de repetir lo buen alumno que es el señor Mariano Rajoy. Y esta, no otra, es el fondo la clave de la cháchara que el Presidente menguante ha esbozado ante sus congresistas. 
Porque no fueron otros sus destinatarios. La mayoría de ellos es consciente de que, si el Gobierno cae, dejarán de cobrar suculentas pagas para siempre. También los alcaldes, ediles y funcionarios que dependen del Partido Popular en todo el mapa español. Ni qué decir de los empresarios de nota, hoy beneficiados por la limpieza barata de sus plantillas, o los de la sanidad y la educación, ansiosos de asimilar tajadas del desguace público que acometen Rajoy y sus funcionarios desde hace poco más de un año. 
Han resuelto gobernar descaradamente en su beneficio y el de ellos, sin importarles la equidad social y la creciente miseria popular. Por eso, sus señorías aplauden a Rajoy; crecido ayer en su territorio frente a Pérez Rubalcaba y la izquierda, representada por Cayo Lara, de la que se mofó abiertamente el dudoso hombre de Estado, empleando su lenguaje profético de registrador de la propiedad.
En un país moderno y equilibrado no podrían gobernar semejante individuo y su impresentable Gabinete, frutos de un partido lastrado por la corrupción. Tampoco los que para desgracia de suus ciudadanos mandan hoy en Portugal, Grecia, Irlanda o Italia. 
El ya abierto huevo de la serpiente está enquistado en la entraña europea, si bien es en España, donde asumen sus larvas la más grotesca entidad. 
En la instancia se critica con toda razón la extrema debilidad del PSOE y el bajo perfil de sus actuales cabezas. Tampoco dicha formación es modélica. La corrupción no sólo afecta al PP y su Gobierno. Por ello, entre otras cosas, su actual líder no pudo demoler a Rajoy en el hemiciclo. Le faltan programa, vigor y voluntad política para hacerlo. 
A pesar de que todo lo que dijo es cierto, Cayo Lara tampoco consiguió hacerlo, al menos allí, con una mayoría parlamentaria heredada del un lejano resultado electoral del PP que, ellos saben, no volverá a repetirse nunca. 
En la izquierda española no abundan los líderes capaces de transmitir emociones. Cuando hablan, aunque digan verdades parecen vendedores de sueños de cualquier gran superficie, o economistas de nota. Tampoco ayuda la tradición, carente de grandes debates políticos desde finales de los ´70, merced a la débil sociedad civil emergente del franquismo.
Hace tiempo que la globalización rerminó minimizando a las naciones. Hoy Europa precisa soluciones globales y ningún país escapa de la encerrona y su desafío.
Sin un proyecto económico que enfrente al BCE y el Bundesbank, la deriva española tiene garantizada la ruta griega. Hay incluso otras peores. De momento, casi un tercio de la población roza los niveles de la pobreza o está por debajo de ellos, sin perspectivas de recuperar el mundo perdido, actualizándolo, tal como exigen los nuevos tiempos.

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