El riesgo frecuente de cualquier apunte agudo y sutil radica en su probable impopularidad. Igual infortunio aguarda a los textos del tenor. La masa lectora obedece a otros cantos de sirena, a menos que dichos cantos amparen la sensibilidad y la inteligencia; cosa infrecuente aunque posible, de tanto en tanto.
Tampoco celebrar a un buen autor garantiza su lectura, pese a que sus libros se vendan. Los dos primeros ltextos entomados de Borges apenas vendieron unas pocas decenas. A Shakespeare, que tanto se celebra en suplementos literarios y charlas del tenor, no lo se lo entiende, pese a afirmar que se lo lee. Porque de ser así, las sociedades planetarias funcionarían bastante mejor.
El libro, en tanto que mercancía, alcanza un valor simbólico. Esa es su función real en la sociedad de consumo. Si los asnos cunden más allá del corral, invadiendo alevosamente la vida social y subordinándola a sus coces y rebuznos, sobran los argumentos estableciendo los usos reales de la razón, y el alcance sus cometidos tras la mala práctica lectora.
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