Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

domingo, 9 de agosto de 2009

AMANECE (LE JOUR SE LÉVE). OTRO MONUMENTO AL ARTE DEL CINE.

El terceto mayor del filme: Jules Berry, Gabin y la maravillosa Arletty.

Visioné por vez primera esta delicattesen en una sala quilmeña. Uno de esos fugaces cineclubes de los años ´50 resolvió alquilar la más económica, proyectando algunos clásicos franceses de entreguerras. Esta afición por el cine galo era compartida por la cultivada élite rioplatense de entonces. Periódicos ciclos en el desaparecido "Lorraine", sobre la calle Corrientes, se ocupaban de regalarnos sus mejores piezas. En uno de ellos la volví a disfrutar.

Retornado a España, el viejo Canal Clásico me autorizó un tercer visionado que grabe en VHS. Y ayer, entusiasmado con este portento, me dejé llevar por su irresistible encanto.

La circunstancia que hizo posible al director Marcel Carné y el poeta y escritor Jacques Prévert la impresión de este clásico del realismo poético en 1938, radicó en la época Frentista, pareja al reemplazo de las incipientes productoras al estilo Hollywoodense por capitales independientes o cooperativas.

En ninguna compañía que fabricase productos en serie, dentro o fuera de Francia, hubiesen lanzado "Jour se léve".
"Amanece" narra la tragedia de Francois (Gabin), un proletario parisino honesto y sincero, acosado en su humilde cuarto por la policía tras haberse cargado a Valentine, un perverso chulo (Jules Berry).

Impregnada de fatalismo desde los primeros fotogramas, se nos proyecta el crimen y el arribo de los guardianes de la ley, a los que Francois veda el ingreso, atrincherándose. Mientras la barriada en pleno asiste al drama, llegan refuerzos y se producen los disparos iniciales sobre puestas y ventanas de acceso, el joven recuerda.

Y es así, mediante reccontos y flashbacks que nos llega el flechazo inicial entre él y una joven que también se llama Francois (Jacqueline Laurent) y cuida flores en un invernadero.

Sin embargo, ella se entrega a un amante maduro (Berry), cruel domador de perros en un cafetín suburbano; número del que participa su otra amante Laura (Arletty). Ésta le abandona ni bien conoce a Francois, que la acepta, al descubrir que la chica que quiere está con el otro.

Pese a ello, sigue amándola, mientras Valentine intenta recuperar a Laura (para la cama y su espectáculo) e impedir de paso que se le escape la florista en flor.

Tras hacerse pasar por padre de ella y fracasar en el intento, Francois consigue atraerla de nuevo hacia sí, y rompe amistosamente con Laura, que le sigue amando con ese estilo tan desdramatizado aunque intenso, en los personajes que Prévert o Jeanson escribían pensando en la Arletty de carne y hueso.

Finalmente, el derrotado chulo irrumpe herido en su orgullo en el cuarto de Francois, confesándole que pensaba matarlo con una pistola, arrojándola sobre una mesa, tras aclarar que desiste, al no ser lo suyo. De paso, le ilustra en detalle sobre su intimidad con la chica, asunto que acaba de enfurecer del todo a un hombre que desde el principio le detestaba.

En consecuencia, coge la pistola y abate a un cínico que en el penúltimo estertor le advierte de su insensatez...

Hacia el final de la tragedia, ya convertido el humilde cuarto en un colador por las sucesivas cargas policiales, a las que él opuso un armario bloqueando la puerta, arriban nuevos destacamentos que estrechan el cerco inicial sobre el refugio, mientras llegan sus dos enamoradas presas del desespero y los vecinos, que le aprecian le ruegan a coro que se entregue, prometiendo testificar a su favor.

Más todo es inútil, y mientras los gendarmes resuelven lanzar desde los techos vecinos gases lacrimógenos para doblegarle, Francois opta por el suicidio empleando el arma de su víctima, en tanto el nuevo amanecer despunta en el cielo de París.

Nuevamente son los portentosos actores, la atmósfera que Carné plasma con inigualable maestría y el guión de Prévert (secundado por Jacques Viot) la suma de factores que hacen del filme una obra maestra, pese a que los proletarios franceses de los últimos cincuenta años ya no se desplazasen en bicicleta como el interpretado por Gabin, ni habitasen humildes cuartuchos en viejos edificios.

No es menor el mérito que los camarógrafos, la música de Maurice Jaubert y los decorados de Alexandre Trauner cumplen proyectando atmósfera.

Sólo a Prévert se le puede ocurrir que Francois "tiene un ojo alegre y otro triste". O que el taimado y charlatán. Valentine "es un tipo que se saca las palabras de la manga".

Tanto Gabin como el enorme Jules Berry eran únicos en la época.
El primero, con treinta y cinco años y un look de proletario irresistible mediando esa gorra levemente encimada sobre los ojos claros y la contenida expresividad. El segundo, siempre magistral encarnando buscavidas insuperables con un brillo salvaje en la mirada. También era única la seductora dramática más grande de la pantalla europea: Arletty, intemporal pese a sus treinta y nueve años de entonces.

Quizá, el único fallo del guión radique en la insólita preferencia de Gabin por la insulsa Jacqueline Laurent, teniendo acceso a hembra semejante.

Para que quienes no hayan catado el agridulce sabor de la pieza y su carga poética, prieta del realismo que tanto conmueve mi doble fibra de esritor y cinéfilo, reproduzco un comentario de Prévert, recordando a su madre.

"Como todas las muchachas del mundo, ella también tenía los más hermosos ojos, de un azul completamente azul y completamente alegre.
A veces enrojecía, o mejor, se volvía enteramente rosa, y era como las reinas que se pintan en los cuadros, y hasta el día de hoy yo la veo nítidamente como en un film, con un ramo de violetas en el pecho, un pájaro en el sombrero, una violeta modelando su rostro y su sonrisa siempre joven. Pero era mucho más real que una actriz. Todo lo que hacía era verdadero y jamás desempeñaba papel alguno. Mi madre era una estrella de la vida..."

Asistir a la proyección de Jour se léve, es ingresar a ese código, milagrosamente fundido a un relato inolvidable.

PD. Pido disculpas a mis lectores, la denominación castellana El fin del día corresponde a un filme de Julien Duvivier no a éste, traducido del francés como Amanece.






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