Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 4 de junio de 2010

LOS NIÑOS DE GAZA Y EL FRACASO HUMANO DE UNA CIVILIZACIÓN.






Dos imágenes de niños palestinos de la franja de Gaza encabezan la columna. La instantánea inferior pertenece al ghetto de Varsovia.


Niños palestinos, niños judíos ensangrentados, amenazados e inermes ante uniformes con alma de metal y fierros que vomitan la muerte cuando lo resuelven los genocidas. Niños sin juguetes ni familia, sin esperanza de un mañana.

Las criaturas más fuertes y débiles del mundo son los niños. Su fortaleza es el candor descubriendo el girar del mundo y la naturaleza de las cosas.

Su debilidad, la sujeción a los mayores. En el Occidente de las clases medias, el maltrato criminal puesto en evidencia o la muerte accidental de uno o más niños son motivo de telediarios.

Los niños del confort merecen atención. Una superficial en comparación con otras. Los niños de Gaza, los que malviven en y mueren al amanecer en suburbios colombianos, y argentinos o mexicanos, aquellos de las zonas más alejadas de la mano de Dios en África o Asia, no se merecen más que el olvido o la omisión.

Hoy el Estado israelí es tierra próspera, a costa en parte de grandes parcelas colonizadas, vulnerando el derecho internacional. La militarización de su sociedad lleva a que los niños hebreos piensen en "matar a los terroristas que acosan a sus padres" de mayores.
Las formas de lesionar a un niño no son únicas. Se les puede asfixiar el candor y nublar el alma para siempre en nombre de la muerte.

Por eso los adolescentes judíos, en vez de vivir el entusiasmo juvenil en romances y estudios o diversión adecuada a su transición, centran el afán en prácticas de tiro al blanco en las zonas playeras. Es la herencia de una infancia entrenada en rituales agresivos. Siendo niños jugaron a matar otros niños (árabes y "terroristas"), inspirados por la propaganda oficial y las charlas caseras de sus mayores.
Los amargos frutos de una obsesión criminal y su carga de odio muerden el Talón de Aquiles del inconsciente colectivo.
La política exterior de Tel Aviv refleja en estos días esa tensión interior, asimilada temprano por sucesivas generaciones y el estamento militar
La foto de Varsovia es demoledora en el reflejo de un drama ampliado por la muerte de hambre en las aceras, de ellos, sus madres y abuelos.

¿Habrá, me pregunto, sobrevivientes en Israel que hoy peinen canas y recuerden la brutalidad del asedio nazi, protestando contra su Gobierno terrorista y colonial?

Algunas fotos y videos dicen que sí, aunque sabemos, son minoría en ese desierto espiritual que es la sociedad civil hebrea. La sociedad política es corrupta en extremo. Véanlo si no al cínico y miserable Netanyahu, sobrevivido de un escandalete digno de una cinta porno, en mérito a su condición criminal.

En consonancia con el disfraz victimista, los libros de Historia y documentos audiovisuales son profusos y condenatorios de la "Shoa"; hoy utilizada como escudo testimonial que pretende amparar el genocidio palestino.
Ana Frank era una niña en la bisagra adolescente. Su testimonio, vibrante, tristísimo y conmovedor no pertenece solo al pueblo judío. Es un documento de valor universal.
¿Cuántas Anas Frank palestinas han muerto en la Gaza de hoy, o en las Chabra y Chatila de ayer? ¿Cuántos niños sucumbirán como palomas en la tormenta por falta de alimentos y atención médica o agua potable, en el ghetto de 1.500.000 almas rodeado por la soldadesca más cruel y despiadada del Siglo XXI?

Todos los mayores tuvimos una infancia. A los hijos de la clase media, pobre o acomodada, no nos enseñaron a mirar más allá del barrio, los partidos de fútbol, la escuelita con las rondas catongas, y el pan con mermelada.
Hubo excepciones, nunca generalizadas en la medida necesaria.

Por eso el Estado colonial de Israel y su tropa genocida son condenados por nosotros de la boca para afuera, no desde el fondo del alma, que es lo que de verdad impulsa la ira justa, traduciéndola en protesta masiva capaz de inundar con un solo grito, alto y claro, las calles de cada gran ciudad y los pueblos del mundo, ante la incesante e impune brutalidad del más fuerte en detrimento del que lleva razón.

El maltrato y agonía de los niños de Gaza revela el fracaso de una civilización, entregada a idolatrar el barro en nombre del becerro de oro; ciego, sordo y mudo. La crisis mundial responde a ese patrón de conducta. Es lo que toca; la venganza de la Historia, diríamos sin equivocarnos.

Mientras la noche de los tiempos se cobra el peaje de nuestra obscena gula y permanente indiferencia, los niños que mueren en las calles del subdesarrollo y la dejación social nos miran con los ojazos del perpetuo interrogante:
"¿Porqué nosotros...?"



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