En Europa los fascistas viven su largo
instante de poder y gloria. No nos engañemos, el fenómeno alcanzó
América Latina. Lo de Brasil es terriblemente infame. Pero viviendo aquí
el día a día, observamos comportamientos cotidianos abominables, de
machismo y autoritarismo contumaz, perpetrado por vecinos que no son
ricos ni famosos. Sencillamente, carecen de civismo. En Argentina sucede
otro tanto. El pasado ominoso retorna bajo nuevas formas, legitimadas por
una democracia de baja densidad, donde muchos políticos hacen su
Agosto. A una parte de la población, en Europa y aquí, no les importan
los desfavorecidos ni la mengua de servicios sociales públicos. Contra
ellos y los disconformes, se remiten a soluciones policiales que antaño
ejecutaban los Ejércitos en su nombre, mientras la degradación avanza.
No hay que preguntarse cómo terminará esto. Hoy el desastre social y
político sigue imparable el curso atroz, proyectado por las superclases y
sus esbirros, con generaciones donde la equidad y la justicia no
existen, ni existirán por largo tiempo.
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