Cuántos refugiados mueren en los mares y océanos intentando huir del
hambre y el terror? Esas cifras, bastante abultadas, no preocupan a los
Rajoy, Merkel, Renzi, Hollande, Cameron y cía. Son muertes de clase B, casi
igualadas con los griegos y españoles que enferman y mueren por falta de
atención sanitaria, o quizá los ancianos estafados por las preferentes,
aquellos que arrastra la policía desde sus viviendas, confiscadas por
impago hipotecario, o los que no tienen
trabajo ni subvención alguna y comen dónde pueden. De esas cosas también
se muere. Pero resulta que la clase política española, casi al completo
y en supuesta representación de los ciudadanos, pone el grito en el
cielo por las víctimas de París o Bruselas. Crueles, brutales y
condenables sus asesinos, por cierto, pero no menos dolorosas que las otras. Aquellas a
las que no se presta atención. Tanta selectividad esconde la voluntad
criminal, de aquellos que no ponen bombas ni ametrallan europeos, pero
machacan a parte de ellos, por elusión o intención. Mientras los
refugiados, familias enteras hacinadas en campos de concentración, ven
desestimada su legítima aspiración a la vida y el progreso. Para los más
de dos millones y medio que abandonaron España tampoco la vida es fácil
en esta nefasta Unión Europea, ni en otros destinos. Dejar tu tierra
tiene un coste vital y emocional que se paga toda la vida.Viajero
forzoso en tres ocasiones, lo sé bien.
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