No se me ocurre otra manera de definir un país en el que una primera
mayoría de votantes sufraga por una banda de asesinos y corruptos, como
tierra donde los valores de justicia, democracia y libertad permanecen
ausentes, erigiéndose en sucursal del horror y las conciencias muertas.
Más de siete millones de españoles llevan el fascismo en la sangre; algo
que no se remedia con transfusiones masivas, ni desaparece pronto, pese
a que algo se está moviendo en el subsuelo de esta desgarradora
historia y sus otros millones de víctimas, que van sumando mayoría pese a
los malos vientos que soplan hoy en Europa.
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