Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

miércoles, 26 de noviembre de 2008

LA IRREPETIBLE REVISTA CINEGRAF

SYLVIA SYDNEY EN LA PORTADA DEL NÚMERO 1. ABRIL DE 1932

Editada por Atlántida en sus años rugientes -no precisamente para el país, inmerso en la Década Infame- Cinegraf fue la revista de cine más artística y lujosa del mundo, superando comparativamente, las muy posteriores ediciones del esteta Franco María Ricci y su algo cargante FMR.

Desde el gramaje de papel satinado hasta su impecable y culto lenguaje, acompañado por extraordinarias imágenes de factura artística en un cien por cien, desarrolló mensualmente una trayectoria irrepetible en las ediciones argentinas de todas las épocas, hasta 1937.

Costaba un peso moneda nacional, lo que para el momento podía significar el discreto almuerzo de restaurante, con café incluido. El hambre de esos años determinaba un público lector de rigurosa elite para Cinegraf.

Yo capté la maravilla recién en los años ´70, cuando algunos ejemplares asomaron en las librerías de viejo como resultado de algún coleccionista fallecido o hambriento. De otra forma, nadie en su sano juicio podía desprenderse de la colección.

Entre Cinegraf y la estética observada en la obra de Horacio Cóppola -propia de un stylelife característico en la sociedad porteña de la high-, abundaban imágenes estelares del gran George Hurrell, Scotty Melbourne y otros grandes de la instantánea. Su director, Carlos Alberto Pessano, era otro maestro del enfoque y su matiz. Además, redactaba sucintos artículos de formulación impecable, acompañados en ocasiones por espléndidos paisajes camperos, su gran especialidad a la hora de enfocar objetivos.

Aún hoy en Internet se ofrece un volumen con sus trabajos a 500 dólares. En otros órdenes, Pessano era conservador, e íntimo del ministro de Interior del general Uriburu, Matías Sánchez Sorondo; simpatizante nazi y luego senador, a quién se debían destacados esfuerzos conspirativos contra Hipólito Yrigoyen.
Resulta que Pessano y él fundaron el primer Instituto Cinematogránfico nacional, destinado a la promoción de filmes sonoros argentinos.

Además de Pessano, que era infatigable escritor de casi todas las secciones, firmaban notas razonables plumas vernáculas y otras del extrarradio. Entre ellas rescatamos las de Roberto Moro, Drieu La Rochelle (sí, el colaboracionista y teórico de Vichy), Sergio Villamil, Henri Niger, Gilberto Souto y varios más, algunos de ellos anónimos, o que firmaban con sus iniciales, críticas y reseñas que no sólo se ocupaban del cine norteamericano aunque se centraran en el mismo.

Lo mejor de la plantilla editorial ilustraba las notas o secundaba con sus bosquejos, pinceles y aguafuertes las fotos. Federico Ribas, Bonomí, la maravillosa Amanda Lucía, Jorge Moro, Carybé o Roberto Bernabó figuran en la mitad de la colección, tesoro que desde el 2000 obra en mi poder como producto de mis viajes a Buenos Aires y el virtual asalto a sus bien surtidas librerías de la especialidad.

No hay en las relucientes páginas de Cinegraf instantáneas que carezcan de un sentido artístico, ni espacio alguno que no proyecte una belleza impregnada de la estética Decó.

Si bien su enfoque del cine comercial era un hecho, Pessano y su equipo aspiraban a promocionar el flanco artístico de la industria.

Sólo una revista, inspirada en 1918 por Francesc Cambó y editada en Barcelona hasta la feroz Guerra Civil (D´aci i D´alla), se arrima en atmósfera a la excelencia de Cinegraf, sin podérsele comparar.

No en balde Argentina era entonces la tercera (otros dicen la quinta) potencia mundial en crecimiento económico. La cultura de esos años era pródiga en talentos, de derecha, a centro e izquierda. Victoria Ocampo y Borges no operaban en solitario. Tampoco Roberto Artl, Raúl Gozález Tuñón, Leónidas Barletta, Horacio Quiroga, Bernardo Verbitsky o Alfonsina Storni.

Los suplementos literarios del diario Crítica y los de La Prensa o La Nación, junto su gráfica y artículos dedicados al cinematógrafo, desbordaban talento y criterio. Asímismo, el arte mayor y el cine nacional iban a dar que hablar en la década, más allá de las fronteras.

Cinegraf fue un anticipo realmente artístico en materia de publicaciones que no tuvo descendencia hasta el desembarco en ciertos quioscos y librerías de la revista Lyra; ya en el albor de los años ´40.

Una de las frustraciones personales tributarias de mi pasión por el cine, fue la de no poder, en 1982, adquirir la colección completa de esta fantástico magazine, que entonces ofertaba por pocos pesos la hoy dueña de la Librería Entelequia, sita en la calle Talcahuano, entre Corrientes y Lavalle. Mi retorno a Barcelona en épocas de inflación requería dólares, y los que consiguiese debían destinarse al viaje de mi familia.

No obstante la pequeña y distante tragedia que limita esta noche los alcances documentales del presente recordatorio, rindo homenaje a la creatividad prodigiosa de Cinegraf- incólume hasta la última edición- desde mi pasión por el Séptimo Arte y la cultura.

Estimo que la industria editorial criolla le debe una reproducción en facsímil. Y espero que algún día, aquellos que superen el desangelamiento y bastedad de los actuales imprenteros en un país sin memoria, realicen el desagravio.

Lo merecen sobradamente la tradición cultural del país, y su orgulloso legado a las nuevas generaciones.



1 comentario:

Unknown dijo...

Soy sobrino nieto de Amanda Lucia Turchetto poseo la coleccion completa encuadernada y es un placer para mi ver el reconocimiento que se le da a su costado artistico, mas alla que fue extremadamente superior como persona de bien. Una vida devotamente dedica a la ilustracion.

Saludos,

Pablo Martin Luque.