Es probable que las aguas pantanosas
de las nuevas elecciones españolas autoricen continuidad para esta
extrema derecha, dependiente de Berlín y su propia codicia. Pero los
pronósticos para los dos grandes partidos que articularon la llamada
Transición, son bastante malos. Pese a conservar clientelas, pierden,
según las pesquisas, un millón de votos cada uno. Seguramente la
abstención crecerá, por efecto del previo desgaste en la pugna,
favoreciendo en el ala derecha del
espectro a los falangistas de C´S, de acuerdo al terror por la izquierda
que manifiestan muchos españoles. No creo que Podemos sea perdedor.
Frente a su público cedió sonrisas, sin capitular ante el bloque
PSOE-C´s, que obró como tapón del pacto prometido antes del 20D con la
izquierda social y Podemos. Parte de quienes votaron las promesas de
Pedro Sánchez le darán la espalda, no el trasero, como calculaban los
barones y su sultana de mercadillo en su únívoca decisión de pactar
finalmente con el PP. La pasokisación se ve venir. España no es Alemania
y una confluencia con un partido corrupto y genocida como el PP,
perseguido por perpetuos escándalos-el de Soria sería menor de no
afectar a un ministro, todavía en funciones antes de su renuncia- tiene
consecuencias letales al respecto. Los catorce millones de pobres y
carenciados son una realidad imposible de ocultar a la hora del sufragio
y, aunque buena parte de ellos no vote, desencantado por la ausencia de
soluciones prácticas que palien el desastre social, infuirán en los
resultados finales.De sumar mayorías la derecha pura y dura, no
gobernará con el consenso del 2012/13. Mayor amenaza que Podemos son los
conflictos sociales inevitables, de los que Iglesias y su gente, o IU
son pálido reflejo. Tras un momentáneo reflujo ante el triunfo enemigo,
volverán, fruto de la imparable crisis, las mareas y las grietas en la
derecha y la izquierda. No puedo adivinar los plazos y ritmos que
adoptará la previsible colisión, si en cambio señalar, su
inevitabilidad. La política de la UE asesina y la dependencia canina de
los políticos españoles ante sus órdenes anuncia tambores de guerra,
lejanos aún, aunque no improbables. El cierto recambio que supondría Garicano por
Montoro tampoco conduce a ser Dinamarca, como parlotean los cacatúas de
Rivera. Estamos al sur de los Pirineos, demasiado lejos de la próspera
Zona Norte. Ellos mismos son un producto típico de ese espejismo
conceptual. Negar que España es una nación de naciones golpeando las
autonomías-que es la política de Rajoy-, depara otro de los elementos
cruciales en la intranquilidad política, económica y social en ciernes.
Por todo ello, no habrá que confundir mayoría política para gobernar, con
posibilidad de hacerlo en paz.
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