Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 8 de diciembre de 2007

UNA MIRADA MÁS HISTÓRICA Y MENOS NOSTÁLGICA

Flash Gordon era un comic mucho menos avanzado que Terry y los piratas o The Spirit.

La historia despuntaba con una rampante vecindad a la Tierra por el extraño planeta Mongo. La raíz de la idea partía de la exitosa novela de Philip Wylie "Cuando los Mundos Chocan". Pero el resto seguía otros derroteros. Mediando importantes distancias, los de Edgar Rice Burroughs y sus novelas de John Carter de Marte.
El deportista universitario de Yale, Flash Gordon, y la periodista Dale Arden, dos casuales viajeros del avión que rozaba un cometa, descendían el paracaídas en las cercanías del observatorio del científico Hans Zarkov, algo trastornado en sus inicios.

Justamente había construido el sabio una nave espacial, con la que los forzaba a viajar hasta el amenazante planeta.

El primitivismo argumental continuó con el aterrizaje del trío en Mongo y la posterior lucha contra el tirano Ming; emperador cruel de tez amarilla y rasgos orientales (en realidad un calco de Fu Manchú; de moda entonces).

El ensamble de arcaísmos que relacionaban arcos y flechas o espadas, con naves cohete y pistolas de rayos, no era nuevo en el cómic. Tampoco la tiranía oriental; presente en las precursoras tiras diarias de Buck Rogers desde 1929.

La existencia de una ciudad aérea de hombres halcones, otra submarina de hombres peces y una larga lista de criaturas más o menos góticas, disfrutaba de un diseño francamente bello, y de toque dramático vinculado a las sagas del Imperio Romano o el medievo.

Flash, rubio, americano y democrático, destacaba su apostura y arrojo en el espléndido pincel de Alex Raymond (1910-1957) como pocos héroes del comic.

Los progresos constantes de este gran diseñador se habían fraguado en ayudantías de autores menos brillantes, dentro del King Features Syndicate, propiedad de William Randolph Hearst.

Él mismo era un entusiasta del medio desde sus lejanos comienzos de 1896. Por lo tanto contrataba a los mejores dibujantes o alentaba a los novatos con ansias de progresar. El propósito embozado era superar a la competencia en la carrera creativa.

Raymond había entrado en el negocio gracias a su vecino de pueblo Russ Westower, un caricaturista puesto a narrar las andanzas domésticas de la mecanógrafa Tillie. De auxiliar al vecino, pasó a meterle mano a Blondie (Lorenzo y Pepita, entre nosotros) de Chic Young, y después a Tim Tyler Lucks, de su hermano Lyman Young.

En las tres tiras ya asomaban las habilidades de Raymond. A punto tal, que cuando él las abandona para encargarse de un nuevo personaje, de ellas se esfuma su magic touch (aunque Blondie continuase siendo una de las tiras más exitosas del mundo).

Habían bastado dos años para que el joven depurase su estilo. En aquellos días depresivos rugía el gansterismo en los EEUU. Entonces triunfaban las tiras periódicas de Dick Tracy, sindicadas por otra organización. La respuesta de Hearst llegó encargando a Raymond y al prestigioso novelista Dashiell Hammet la historia de un agente secreto gubernamental :"X-9", protagonista de historias violentas. Era un cable echado a Hoover, retorcido sujeto al frente del FBI, empeñado en la caza de organizaciones criminales, ladrones de bancos sueltos y algún que otro comunista.

A diferencia del diseño esquemático, aunque efectivo del detective Tracy, sujeto al Departamento de Policía, en el de Raymond, dependiente del FBI pese a no mencionarse al Bureau, abundaba el trazo realista y levemente idealizado. Durante un breve periodo conservó el autor el diseño de su agente secreto, simultaneándolo con dos nuevas creaciones.
La siguiente movida de Hearst fue lanzarse a competir con Buck Rogers y Tarzán. De hecho, los personajes fantásticos más populares de los periódicos. Si Raymond había conseguido acercarse a Dick Tracy con su X-9, era menester destinarlo a matar dos pájaros de un tiro.
A instancias de Joe Conolly, su mano derecha en el King Features, se planeó el lanzamiento de una nueva página dominical, realizada enteramente por Raymond; con dos nuevos personajes.

La plancha dominical de Flash Gordon, compartida en el tope de página con Jim de la selva desde el 1º de enero de 1934, llevó a la cumbre estética el diseño de los héroes aventureros en los suplementos dominicales a cuatro colores, ya prestigiados en el terreno desde 1931, por las bellísimas planchas del Tarzán, concebido por Harold Foster, y el genio de Roy Crane, diseñando las andanzas de Wash Tubbs y su compadre, el más rudo Easy.

La fórmula de Jim de la Selva, ambientada en la foresta malaya, rezumaba los tópicos racistas de Flash, propios de Hollywood y la sociedad de entonces. Pero Raymond prestaba mucha mayor atención a la que dentro de su página ocupaba mayor espacio, y con ayuda del escritor Don Moore fue puliendo un poco los guiones y la acción.

Cuando la Universal imprimió el primer serial en episodios, Flash Gordon ya era una celebridad integrada al clásico mito americano.

Las mutaciones de su estilo reflejaban un abandono del trazo fantasioso y apocalíptico de los comienzos, decantándose por el pulimento anatómico más realista, y una cierta gelidez, no exenta de gran belleza.

La estructura de la historia fijaba el atractivo del heroe ante las princesas (Aura) y reinas malvadas (Azura, Frigia, y después Désira, la reina de Trópica, en la última aventura que dibujó Raymond, en 1944). En el ínterin, a Dale Arden, prometida oficial desde las primeras planchas (sin que se aclarase cómo) le tocaba sufrir ciertos ataques de celos, rápidamente disipados por la probada fidelidad.

En España hemos disfrutado del personaje raymondiano gracias a "El Aventurero", las "Ediciones Dólar", las coloreadas de "Buru Lan" y desde hace tiempo mediante sucesivos ensayos, también a color, de Planeta De Agostini.

En Argentina disfruté fragmentariamente del periodo Raymond (de lejos el supremo). La primer versión a color de sus aventuras nos llegó a través de las figuritas (cromos) "Babilonia".

Era la aventura del Reino de trópica, precedida por la muerte de Ming. Muy bien impresos, los cromos se pegaban en un álbum que muchos chavales completamos. En sus páginas también se estampaban las efigies de diversos personajes propios comic norteamericano, servidos con el sobrecillo.

Fue aquélla una gozada digna de 1951. El último año de gran bonanza económica, y para mí de libertad personal.

Seis años después llegaron a los quioscos las Ediciones Dólar, enviadas desde mi tierra. Pese a las deficiencias de impresión, la etapa Raymond -que cedió paso a la de su ayudante, el entintador Austin Briggs- pude disfrutarla enteramente. Sobre los ´70 desembarcaron en Buenos Aires los cuadernos de Buru Lan y las ediciones italianas de Rinaldo Traini (Editrice Comic Art), sumándonos su X9, crocantito...
Entonces hacía ya tiempo que Raymond se había estrellado con el Porsche de su colega Stan Drake; el creador de Juliet Jones.
Drake sobrevivió, señalando mucho después que su querido amigo y maestro atravesaba en ese momento una grave crisis familiar. Profesionalmente le había ido bien con Rip Kirby, su ex veterano de los marines (Raymond también sirvió en el cuerpo durante la Guerra Mundial) convertido en detective burgués, con sirviente británico incluido.

A los seriales recién pude acceder en España, cuando en los años ´80, a través de una guía de suscripción, me sirvieron en formato VHS los tres de la Universal, impresos entre 1936 y 1940.
Los había visionado en la niñez de mis miércoles favoritos y os aseguro que durante muchos años soñé con catarlos nuevamente.

Recuerdo que me decía una y otra vez.

"¿Volveré a verlos algún día, o moriré recordándolos?"

Durante mis viajes restauré otros seriales sobre héroes; del comic o no. Los más fieles al espíritu de sus creadores, continúan siendo los de Flash Gordon, Tim Tyler, y El Capitán Marvel (Maravillas).

Si analizas las cuotas de mitomanía, machismo contumaz, prejuicios raciales y otras mandangas mitológicas de diez céntimos que nos instalaron en el coco, vas y quemas todo lo que tienes.

Por cierto, señores, no lo haré jamás.

Que se encarguen mis deudos,¡qué joder!






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