Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

miércoles, 19 de diciembre de 2007

LA DICTADURA POPULISTA

El segundo tomo de esta saga política y social, acompañada por mieses de breve curso y una tragedia incesante, insumió arduas labores de confección. Nuevos viajes a Buenos aires, lecturas constantes e ideas mezcladas con el paisaje de Catalunya, rematadas por algunos tangos en el CD de mis caballos mecánicos, acompañaron los nuevos renglones de esta segunda parte.

Si en la primera describí la Argentina que desconocí, hasta la que quedó a dos años de distancia de mi desembarco familiar, con cuatro años y desde el barrio de la Sagrada Familia, en esta segunda parte pude narrar con ciertos conocimientos de causa y hechos.

Algunos amigos señalaban un cambio en mi tratamiento de Perón.

"Te volviste antiperonista de golpe"- dijeron.

Nada de eso. Ya en los últimos cinco capítulos de la primer entrega describo a un hombre trastornado por la ambición y la creciente cercanía del poder absoluto.

Si en los capítulos que despegan con su nacimiento e infancia van apareciendo signos de misticismo y rasgos totalitarios entreverados con el paternalismo y una cierta idea de justicia social, promediando el texto se ve venir lo que ocurrirá en la segunda entrega.

El líder populista se lleva mal con la democracia. En realidad su democracia era democratizar las clases controlando el panorama mediante el empleo de la fuerza, y las prebendas.

El control de los medios y la subordinación de la CGT, fueron el pivote de su dictadura. Los salarios generosos, en parte erosionados por la inflación constante, y el respaldo de la laboriosa y paranoica Eva -segunda consorte de breve e intensa vida- desempeñaron un papel central en la consolidación relativa de un poder, apenas compatible con la división de los tres poderes y una cierta libertad política, jaqueada además por constantes amenazas.

Si me preguntáis quién me influyó en el enfoque del mando político que practicó el ambicioso militar, diré que soy hijo de Shakespeare. No es que haya citas del autor encabezando cada capítulo y eso lo expliqué. En realidad me influyó la atmósfera de sus tragedias de poder. Las de Macbeth, Lear y Julio César.
Otra influencia no confesada es la de Dashiell Hammett. Sus atmósferas rudas y violentas no exentas de ironía, me ponen en forma.

Salvando algún crítico o escritor que realmente lee a fondo (por ejemplo César Vidal. Sí, el mismo), pocos captaron el drama. Lo siento por ellos. Yo estoy muy seguro de lo que hago. Creo, además, que ante el desastre cultural que nos agobia desde hace ya demasiado tiempo, se ha perdido el gusto por aprender y sentir.

¿Qué mis textos llevan demasiada información? Pues no. Sólo la necesaria. Y es muy escogida. De la gente que retrato no me interesa si cambiaban el número del teléfono, padecían hemorroides o sacaban cuatro veces por día a cagar al perro. No selecciono cualquier cosa.

Hace cuarenta años que nuestros críticos viven de García Márquez, Borges y Vargas Llosa.

Mencionan a otros, pero ellos fueron.

El primero y el último ya no tienen nada que decir. El del medio dijo. Y no es que los de ahora digan mucho.

Entonces, cuando llega alguien y hace algo diferente, los criticos no lo ven y los colegas finjen no verlo. Es como si dotasen a uno del don (no buscado) de la invisibilidad. Otros más taimados te roban. Te saquean palabras, o de una frase tuya hacen un título que no sirve para nada.
Ayer leo que un tal Rodrigo Fresán (argentino de profesión) hace prólogos a medida. Si te dedicas a eso eres un pelota, y los pelotas pelotean a los coleguis. Le pagan las editoriales para que lo haga. Hace poco integró el jurado literario que premió a un fascista y miserable que conozco muy bien.
Para eso sirven.

Comento todo esto en medio de una sonrisa mientras me cebo unos mates (las costumbres se arraigan como la enredadera). Sin embargo es para llorar si piensas en el porvenir de la literatura.

Por ahora consigo divertirme con mis obsesiones. Por eso escribo, diseño e imprimo mis obras.
Antes de dar un npaso me lo pienso diez veces y otras diez lo corrijo. Chaplin hacía eso. Tenía el desarrollo de la industria del cine a su favor. Orson Welles en contra. A nosotros nos vapulean la Tramontana y el Mestral.
E igual avanzamos.


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