Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

jueves, 6 de diciembre de 2007

LA MIERDA Y LOS VOTOS

Al derrotado Hugo Chávez le asaltaron los demonios.

El exabrupto soez, convirtiendo en heces los votos triunfantes, prueba una vez más su naturaleza autoritaria.

A un admirador de Juan Perón y Fidel Castro no se le puede pedir otra cosa.

En agosto de 1955 el primero de sus ídolos parecía avenirse a un acuerdo patriótico con sus oponentes políticos, respaldados por la Iglesia, los belicosos marinos y sectores del Ejército.

Sin embargo, pudo más el carácter; y las nuevas amenazas contra la oposición no tardaron en llegar, precipitando su derrocamiento.

Lo cuento al detalle en mi segundo tomo del personaje.

Las vidas paralelas entre Perón y un Chávez adaptado -aunque no tanto- a tiempos menos favorables son dignas de Plutarco. O de Shakespeare. También desde luego apelo a su aliento para exponer el drama de una sociedad atenazada por sus contradicciones, víctima del arbitrio populista.

La reunión de Chávez con adustos militares de rango, procurando afirmar ante ellos el talante, repudiado por votos que, si bien no pueden considerarse masivos en el cotejo final son válidos acreditando una mayoría, manifiesta su temor a ser derrocado.

El humor de sus camaradas le preocupa más que una oposición fortalecida, carente aún de líderes con peso en la sociedad civil.

En verdad, las enseñanzas que brotan de los alzamientos militares no son buenas. En Venezuela dejaron un mal sabor de boca.

Más todavía en la Argentina.

El problema ahora es cómo articular un frente único opositor que levante un programa conjugando la democracia política con la social.

Los vencedores de Perón, enemigos de esta última, no acertaron a realizar ni siquiera la tan necesaria unificación. Cedieron a sus cuerpos armados la potestad de respaldar a unos u otros representantes políticos del privilegio, y el resultado fueron treinta años echados al cubo de la basura.

Es lo que suele ocurrir cuando de hecho se deposita en las armas el destino de un país; cualquiera sea el pretexto esgrimido.

Fidel Castro, que legitimó su guerrilla combatiendo a un dictador corrupto y feroz en plena descomposición, las monopolizó desde el principio eliminando la propiedad privada. Perón no. Por fortuna Chavez tampoco.

Ahora, más allá de las baladronadas "socialistas" el pretendido salvador de la Patria queda expuesto a la ley de la oferta y la demanda. Él, en sus rudimentos cognitivos, creía que no. Pero así son las cosas.

Lo de los votos de mierda puede aplicarse a la Alemania de 1933; la que coronó de hecho a Hitler. En las urnas, los alemanes de entonces se condenaron a la autodestrucción, arrastrando de paso a Europa y el mundo hacia una nueva y terrible guerra.

En cambio, los votos que han negado al Presidente venezolano el grado de poder que precisaba para eternizar caprichos alimentados por la renta petrolera, alejan el peligro de cualquier dislate.

El insulto del ególatra que fundió tapones se parece más al grito de una bestia malherida, que al mero desprecio; tan caro a Hitler o Mussolini.

La voz de los ciudadanos alzando la valla le ha dejado con el trasero al aire ante Castro o Ahmadinejad, sus más fieros compadres. También ante el degollador de mascotas y aprendiz de brujos; brotado de las cavernas del Altiplano.

Aunque tarde, a ellos les llegará la hora de morder el polvo.

Quizá este sea un preclaro anticipo.


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