He visto muchos cambios de chaqueta durante décadas. Gente que combatió por causas nobles y justas, termina siendo víctima de sus propios demonios, abjurando de lo que una vez creyó. En casi todos ellos se observa una memoria del pasado eviscerada en el presente. Es como si el ayer les quemara las manos, y su sola mención reavivara las viejas huellas dactilares de la identidad pasada, desde los fatigados ojos del alma moribunda. Fugitivos del pecado de juventud, o de una madurez que acabó pudriendo el fruto en la conciencia insuficiente, son el furgón de cola de la humanidad, su imperfección más insalubre, por el veneno que en adelante destilan por todas partes. Algunos son premiados con méritos de favor y cuño diverso, hasta con ministerios. Otros llegaron más lejos. Muertos o vivos, la Historia reserva para ellos el tiro de gracia desde sus callejones más sombríos, en la deshonrosa mención de nombres y apellidos. Conservar la moral, el equilibrio y la honradez, demanda un esfuerzo constante. Dejarse arrastrar por el fango, solo abandono y mala uva. De toda esa miseria última, culpan de viva voz con acento nihilista, a la vida, los vecinos, las cartas del Tarot y las cincunvalaciones del planeta Tierra. Es lo que mitiga malamente en la conversión de estos ejemplares, lo que no les perdonaremos jamás.
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