Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

miércoles, 6 de febrero de 2008

¿QUIÉN PAGARÁ LA ADICIÓN?

El american pepole y nosotros.
Los que temblamos ante la vecina recesión, junto a aquellos que viven en ella desde que nacieron.

Me refiero a las elecciones norteamericanas, a nos, los bien comidos, y a los que en el planeta desigual y combinado se jodieron, se joden, o para variar se joderán (según la preclara definición del nuevo millonario, señor Aznar, realizada hace no mucho ante Hugo Chávez).

El poderío de los EEUU le llevaron a liderar Occidente tomando el relevo al viejo Imperio Británico, hacia el final del siglo XIX.

La pujanza incuestionable de los hijos de George Wahington y Thomas Jefferson, unida a las mieses devengadas por su enorme territorio, ensanchado en los cuatro puntos cardinales por algunas aventurillas de predador carácter imperial, y una democracia interior flexible en perspectiva, han revalidado a lo largo de siglo y medio tal condición.

Los mecanismos de concentración de capital se adaptaron a la nueva fase de globalización como pez en el agua.

Es verdad que las multinacionales desempeñan un enorme poder; aunque no por ello dejan de radicarse en el territorio más seguro del planeta. Al menos lo era hasta hace poco.

Desde esta Europa surgida en la posguerra merced a su respaldo (tardío en nuestro caso), venimos a ser algo así cómo un espléndido furgón de cola.

Es de dominio público que si ellos se costipan, nosotros cogemos neumonía o cualquier otra peste de esas que te cagas.

Ahora, ante la crisis de sobreproducción que allí deflagró, nuestras finanzas se ven seriamente comprometidas. Ya lo estaban de algún modo ante un €uro sobrevaluado que trababa nuestras exportaciones, mientras las economías emergentes tipo China o India forzaban al alza el precio del petróleo (que debemos importar de la primera hasta la última gota) y sus derivados, síntoma agravado por el disparadero de las materias primas.

Mientras Latinoamérica -que las posee en abundancia- crece (aunque con muy poca justicia social), aquí el pronóstico no puede pintar peor.

No llegaremos al hambre de América, África o Asia, ni nos administraremos sangre y fuego unos a otros como en Irak, Rusia, Ghana, Kenya o Gaza y el Líbano.

Sencillamente pagaremos la factura del menú, con postre, cafelito y copón de coñac incluido.

Liderar el mundo tiene un coste. Por ello, los norteamericanos pobres devendrán más pobres, sean Obama, Hillary o McCain quienes cojan el timón.

Nosotros también, tengamos en Moncloa al PSOE, o al PP de un señor Aznar eximido de joderse.

La única diferencia radica en que una recesión en cadena y su correspondiente transferencia de recursos -más compulsiva que en tiempos comunes y corrientes-, fortalecerá los polos de pobreza y riqueza, dejando en la estacada a quienes huíamos de la primera.
No son los años treinta del siglo que se fue. Son los iniciales suspiros de otro que amenaza regurgitarnos lo más pronto posible tras la comilona de los últimos sesenta calendarios; los más prósperos, dicen los expertos, de la vieja Europa.
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