Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

domingo, 10 de febrero de 2008

LA FÓRMULA INFALIBLE

Refiero la del peronismo en la Argentina, atribuible por entero a su inventor; Juan Perón.

Se atribuyen sus dotes a Nestor Kirchner. Históricamente no acredita la exlusiva; aunque la reciente cooptación del economista Roberto Lavagna, expulsado del paraíso justicialista tras reequilibrar económicamente a un país descalabrado por la crisis del 2001, sea una manifestación de peronismo en estado puro.

La maniobra del ex presidente dejó a la Unión Cívica Radical -tradicionalmente enfrentada al peronismo con el soporte de la clase media- sin reclame. En los penúltimos tiempos Lavagna se había convertido en radical ad hoc, recaudando una apreciable cantidad de votos en las recientes elecciones.
Ahora, parte de esos votos vuelve a la casa común.

En las fórmulas maestras de Juan Perón se contaron méritos semejantes.

Desde el Ejército conquistó un segmento importante del poder político tras el golpe de Estado del 4 de junio de 1943. Con gran dinamismo implementó seguidamente una catarata de leyes sociales que le franquearon las puertas de la clase obrera y el funcionariado estatal de la clase media. Su habilidad manipulando a generales de las fuerzas armadas y jerifaltes de los principales sindicatos se extendió rápidamente a la sociedad política. Allí, esta águila planeando entre gallinas predó a la vieja UCR y a los conservadores filofascistas, arrancando a los primeros cuadros yrigoyenistas, y a los otros su base juvenil. De paso, celebró una sabia alianza con la Iglesia vernácula, arrimando el hocico a los pequeños y medianos industriales; a quienes finalmente sedujo abriendo el grifo crediticio y prebendario del maná estatal, repleto entonces de lingotes de oro.

La formación del peronismo y su consolidación en el poder fue una cuestión de tiempo. También su vigencia efectiva.

Hombre seductor y de perpetua sonrisa destacando sobre rivales cariacontecidos, Perón ejercía un poder dictatorial disfrazado por un ilusorio Estado de Derecho, proyectado por un funcionamiento congresual impuesto por la abrumadora mayoría peronista, sobre rivales minoritarios y frecuentemente hostigados mediante leyes adaptadas al arbitrio del tirano.

Tras el alzamiento cívico militar del ´55 y los sucesivos gobiernos militares, o implementados por civiles rigurosamente vigilados desde los cuarteles y con débil base electoral, se produjo el retorno del Líder 18 años después.

Si el prolegómeno de Cámpora fue izquierdista, el inmediato ejercicio presidencial de este anciano marrullero y autoritario volvió a enseñar las garras, en medio del terrorismo juvenil y el contraterror de Estado.

La nueva etapa de controvertida gloria duró los meses que aguantó su maltrecha vejez.
El penoso ejercicio presidencial de su tercera esposa (con brujo agregado) es bien conocido; así como la bestial dictadura militar que lo sucedió.

Saltándonos la presidencia de Alfonsín, tan pródiga en hallazgos como en frustración colectiva y mala gestión económica, la agitada historia del peronismo desemboca en Carlos Saúl Menem (alias "El Turco"), sujeto arribista y marrullero, perteneciente a la segunda fila partidaria.

Aquí topamos con un heredero de las peores cualidades de Perón; aunque no por ello menguase su cepa, propia del arribismo populista y la estructura gansteril.

Desarrollando una política económica liberal a ultranza tras un primer instante de vacilación, Menem obtuvo el tácito a poyo de Alfonsín, ejeciendo un poder personalista que galvanizaba el peronismo de entonces.

De este periodo sombrío y forzadamente dolarizado, en el que la identidad nacional se lesionó gravemente, quedan pocas realizaciones gratas al recuerdo. La crisis del 2001 sepultó para siempre, o casi, las que merecen hoy algún reconocimiento.

Entre ellas se cuentan la atomización sindical por la vía de la desindustrialización compulsiva, y el desmantelamiento parcial de las Fuerzas Armadas (hoy privatizadas a la española).

Producto del impasse crítico y la incompetencia generalizada de una clase política inhabil, que fracasó estrepitosamente con el radical De la Rúa y su comparsa de izquierdas, Néstor Kirchner argamasó su poder en una época de exportaciones de productos primarios, comerciados a excelente tarifa internacional. Más allá de las diferencias políticas con Menem, se produjo un trasvase objetivo de la herencia maniobrera, centralista y autoritaria del peronismo y su fundador de un periodo a otro.

Lo único que separa a Menem de Kirchner, mediando el lenguaje nacionalista y antimilitarista del último, es una escena internacional favorable. La enemistad con la prensa opositora y el secretismo de Estado en las más importantes decisiones son las de antes, maquilladas por un populismo más escorado a la izquierda.

Sin embargo, las variopintas fórmulas que van desde el nacionalismo ultramontano al liberalismo, pertenecen al genio de Perón y su visión permeable de la realidad económica. Las mismas ahorran la polarización entre dos grandes partidos.
Operando el peronismo como señuelo político no se echarán en falta alternativas. Pues, desde el nacionalismo estatizante hasta la negociación vergonzosamente flexible con las multinacionales, son posibles en la constelación que despliega con gran deshinibición el invento.

De paso, es posible conciliar ciertas bondades estatales para con los más desfavorecidos, y la tajada contratista o la de un plusvalor asegurado a los pudientes.
Si en épocas de Perón y Evita la bonanza social atenuaba contrastes, a medio siglo de distancia y tras las brutales crisis que padeció el país, los contrastes son compatibles con el sistema.

La ilusión engañosamente feminista de que una mujer argentina cuente con poder político es otra de las herencias del legado de Perón. Por eso gobierna Cristina Kirchner (lejano símil de Eva, situado entre ella y la abstrusa Isabelita), mientras su marido se centra en tejer alianzas que permitan gobernar a su ayudanta -de la que es invariable suggeritore-, sin virtual oposición.

El economista liberal Roberto Lavagna comporta otra de las piezas que ahora recupera, descalabrando de paso a la debilitada UCR, carente hoy de líderes con peso. Ya lo había ensayado exitosamente con el actual vice, un radical tentado por la fortuna y el poder.
Nuevamente la alargada sombra del Líder proyecta sus enseñanzas.

Perón lo intentó sin mucha suerte con el cordobés Amadeo Sabattini en los agitados días de 1943. Entonces, debió conformarse con ejemplares menos prestigiosos y carismáticos. Tampoco los precisaba exactamente. Su patrimonio de valores propios -tan funambulescos y en verdad extraordinarios por comparación- le bastaba entonces.

Kirchner es diferente. Más modesto en todo sentido, cuenta con el viento a favor de la economía mundial y una sociedad desvertebrada por las calamidades del pasado; superiores en magnitud a las que preludiaron el irresistible ascenso del coronel Perón.

Comodín simbólico hoy, de una sociedad política con elites bajo mínimos, pese a la infalible fórmula que finge resumir para el desarrollo y el progreso, el arcaico y tribal experimento de nunca acabar.





















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