Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 22 de septiembre de 2007

EL AMOR A LA TIERRA

La exaltación catalana de un nacionalismo de pancarta; superado por una realidad integradora, es negativo. Quemar una imagen del Rey Juan Carlos I no es una genialidad, sino un resabio infantil. De combustionar una real efigie a poner un petardo, apenas hay un mero formato, con la fogata y el estruendo. Demasiado cercanos laten la violencia y el crimen. En palabras mayores, llegan los otros agravios que conllevan sangre derramada, sin duda alguna, irreparables; todos tristes y penosos en consecuencia. El País Vasco, bache no salvado por la democracia, es una muestra palmaria del aserto.

El odio y la creatividad, factores escindidos entre la negación y el amor, son enemigos jurados.

Somos una nación de naciones; lo dice la Historia. Yo la viví siendo pequeño en Buenos Aires, en un Centro Catalán regional que no hacía distingos entre hijos de la tierra, catalanes, aragoneses, sevillanos o los nacidos en Asturias. Eso sí, eran todos saludablemente antifascistas. Lo que en buen romance, somos casi todos hoy. Al menos de la boca para afuera. Pergúntenle sino, a Federico Jiménez Losantos o Pedro J. Ramírez.
Son los que añoran el ancien regime sin acreditarlo en voz alta...


Me reconozco ante todo catalán, por nacimiento y experiencia. Mi amor por una tierra que recorro a diario y conozco palmo a palmo, es vital e inmenso. Se agrega el factor criollo; involuntario aunque bienvenido por su riqueza restauradora del vacío que provocaron en mi familia la Guerra Civil y el franquismo. Por lo tanto, lo español no me es ajeno, sino más bien intrínseco. Aquéllo que separa mi nacionalismo regional del sentido impreso al esfuerzo común, es por ello corto. Catalunya misma comporta la suma de raíces e inmigración. Es lo que escinde la catalogación en una especie vegetal localizada, de otra aérea. No vale otra imagen.


Lo español nutre nuestra savia nacional, haciéndola diversa y flexible, seamos o no republicanos.


El amor a la tierra concreta y común, se une a mi amor por el horizonte inmediato. Leer a Edmón Vallés o Miquel de Palol me produce la misma emoción que repasar a Cervantes, Lope de Vega o Blasco Ibáñez. Pepe O escuchar las voces de Pepe Blanco, Antonio Molina, Concha Piquer, Joan Manel Serrat o Raimón. Ellos despiertan en mí el sentimiento nacional de la región o el conjunto. Con matices, representan, quiérase o no, la idiosincrasia común de los que compartimos esta tierra.


Cada uno de estos creadores refleja su amor a ella y su acontecer, en época diversa. Todas nos compendian, fusionando el hecho nacional catalán, vasco o gallego, con cualquier otro.


Juntos, los bilingües que poblamos esta piel de toro, seremos una sola voz a la hora de opinar y participar en la Europa plurinacional. Separados, mal sobreviviremos en el aislamiento y la pobreza.


¡Cómo renunciar a tanta riqueza junta, vivida en democracia!...


¡De explicármelo, caballeros, hacedlo con el corazón, No admitiré, señores míos, otro latir...!







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