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lunes, 29 de septiembre de 2014

LA HORA DE LAS MISERIAS


Los catalanes quieren votar, manifestando sus diferencias con el Estado monárquico y tienen pleno derecho a hacerlo. Lo que les falta son dirigentes lúcidos y dignos. También claridad y amplitud de miras. Años de complicidad de las formaciones locales con las centralistas, autorizando el largo virreinato de Jordi Pujol, no más manipulador que el resto de las restantes cabezas políticas de la Transición y sus partidos, con la peculiaridad de explotar hábilmente una de las lenguas locales y sus símbolos, apropiándoselos para enriquecer su patrimonio disfrazándose de patriota. Educado en un colegio alemán-naturalmente filonazi- durante la posguerra, este "campeón de la nacionalidad" e hijo de un estraperlista, acumuló experiencia durante años de franquismo compulsivo, y negación del uso del catalán cono lengua vernácula. Una de las pocas resistencias que desarrolló en la clandestinidad una población victimizada, a la que el franquismo odiaba por su valor antifascista durante la Guerra Civil, era emplearla en los hogares, puertas adentro. Tras la autarquía de las dos primeras décadas de poder, llegó un paulatino desarrollo catalán, el más pujante de todas las regiones, reforzando a su burguesía, dividida entre hombres del régimen, y distanciados del mismo. Y es ahí, en los años de agonía del viejo Estado Franquista, que los albores de uno nuevo, basado en parte del viejo, encuentran en Pujol un político inteligente, ambicioso y con formidables ansias de enriquecerse. Para ello no esgrime el lenguaje de las armas, sino las armas del lenguaje, una sutil y diabólica especialidad legada por su dominio de varios idiomas y aquel rasgo autoritario que le incorporó el colegio filonazi. 
Su rol aparente, es el de engrandecer Catalunya. El verdadero consiste en abultar patrimonio, basamentado en "mordidas" que de paso favorecen a sus burgueses amigos, y también los intereses de los centralistas españoles.
Tras influir en la educación endógena de al menos tres generaciones, la crisis brutal que afecta el país fue radicalizándolo. Era una ruptura del antiguo contrato dictada por el temor a que se destaparan sus chanchullos y los de su numerosa prole, que al fin le costó cara. Aunque de momento nadie le haya llevado a juicio, ni los catalanes le han pedido cuentas de sus chantajes y saqueos. Incluso, aún gobierna su partido de ladrones, encabezado por un fiel mandadero, otro pájaro de cuentas que desafía el poder central sin rumbo cierto, respaldado por los cachorros, formados en el pujolismo de estos tramposos años, y ansiosos de poder. Me refiero a Esquerra Republicana, una formación paneuropeísta que aspira a reemplazar a la ya putrefacta Convergencia i Unió. En mi penúltimo artículo reclamo una solución republicana, federativa y social para el mapa español. La reacción de Rajoy y un PP al borde del colapso no pueden sino agravar este pleito. Otro tanto procede del PSOE y el PSC. 
No creo, sin embargo, que haya una mayoría independentista. En cambio, sí cuentan mayoritariamente los que están hartos del pujolismo y el conjunto de partidos españolistas. En cualquier caso, el derecho a manifestarse a través del sufragio es un innegable deber democrático que las previas manifestaciones populares han validado reiteradamante. 
La hora de las miserias de una Transición muerta y sin sepultura no cesa en esta sociedad desvertebrada, que reclama una solución definitiva, territorial y social, que nada anticipa cercana.

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