Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 2 de noviembre de 2013

PERDER LA DIGNIDAD

  1. La dignidad es un valor individual de proyecciòn social. Si alguien la pierde podrá ocultarlo bajo un disfraz un cierto tiempo. En política es difícil, cuando no imposible. El animal político está tan expuesto como el artista famoso o el prominente sujeto de fortuna. Los últimos dependen de la taquilla teatral o abultadas ganancias, el primero de los votos o, en todo caso de la falta de erosión. 
    Situado en el epicentro del poder, padece el doble desgaste de la tensiòn psíquica e inevitables errores, fruto de su condición humana. Si es buen gestor y le favorecen las circunstancias, afirmadas por su entereza, conservará buena parte del prestigio ganado y, con el mismo la correspondiente dignidad. 
    En la España actual, de naturaleza corrupta en sus estratos superiores, vinculados a los negocios privados y la cosa pública, la indignidad de sus gobernantes, votados masivamente hace dos calendarios en detrimento de sus rivales, es de tal magnitud, que ni bien ganan la calle o cualquier espacio público son abucheados con furia implacable.
    La agresión constante a conquistas sociales, salariales y productivas arroja ese saldo, creciente en magnitud e intensidad. No llama pues la atención que el presidente y sus ministros o colaboradores esquiven dar la cara en calles y plazas, o ante la prensa, exceptuando la confortable sede partidaria o el recinto congresual, donde les ampara la mayoría absoluta de obedientes barones, senadores y diputados. Sus loros barranqueros de insistente copla escrita en Génova, con pésima sintaxis, mala lógica e invariable fallo humano. 
    Sabedores de las estafas políticas perpetradas desde la hora cero de su gestión, los improvisados mandones se sienten indignos de los cargos que ocupan, aunque buena porción de esa indignidad radique en que no estén dispuestos a resignarlos por nada del mundo. 
    Es sin embargo ese, un mundo cada día más pequeño y miserable, donde el último invento de la usina oficial es la cacareada recuperación económica, fábula invisible para los seis millones de parados y los que trabajan en precario bajo condiciones abusivas y humillantes, propias de los países más atrasados del Europa y el mundo. 
    Aunque a estos mariscales de la derrota les respalden desde Berlín, Bruselas, o los ricos predios más o menos locales de Botín, Brufau, Lara y Fainé, este núcleo de poder depredador, integrado por lacayos de alma, tiene los días contados. No sé cuántos serán, pero de momento están siendo acorralados por el demoledor efecto de la propia indignidad y su reflejo social, fruto de la usurpaciõn del mandato otorgado por el voto, a un programa inclumplido con premeditación y alevosia. 
    Y por más que, como inefables autores del mal les plazca dañar al prójimo desvalido de millones de niños, jóvenes y viejos, despojados de presente y futuro, nadie sobrevive a los letales efectos de su propia villanía. 
    Pese a que todavía las víctimas inmediatas pertenezcan, ayer y hoy, a sus afanes, codiciosos y destructivos.

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