Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 30 de mayo de 2014

UNA RENUNCIA QUE TRAERÁ CONSECUENCIAS



Barbosa a caballo deja pagando a Lula y su valida. Vistos por "Chico" en "O´Globo".


La Renuncia de Joaquim Barbosa a la presidencia del Supremo Tribunal Federal, representa un claro retroceso democrático de la justicia en Brasil. Había sido designado por el taimado Lula reivindicando su piel negra, y le salió rana, transformándose en el principal azote de la corrupción política y financiera en el país, que el jefe supremo y parte del PT encarnan fielmente. La mayoría de los amigos y amiguetes están en prisión. Ahora le reemplazará un diligente magistrado del poder, de tan suave como probado tacto con los corruptos y las altas finanzas. Incesantes presiones sobre don Joaquim llegaron hasta las amenazas de muerte, mientras algunos de sus colaboradores y colegas se rendían, cambiando de bando. Al fin, solo ante el peligro se hartó, abandonando una presidencia que le correspondía ejercer hasta el 2024. 

Todo este asunto, lamentable en sus consecuencias, proyecta una sombra larga y de atmósfera envenenada sobre el futuro del país; llevándome a recordar, lo que pasó en España desde la era González hasta hoy. Si uno de los tres poderes básicos del régimen democrático y el Estado de Derecho deja de funcionar equilibradamente, los otros dos avanzan como una aplanadora sobre la justicia. Es lo que está sucediendo actualmente en este gran territorio de la América nuestra. 
Y desde el terreno, no puedo más que lamentarlo profundamente.

martes, 27 de mayo de 2014

UN AVISO A NAVEGANTES

  ALBERTO GARZÓN. EL JULIO ANGUITA DE ESTOS TIEMPOS REVUELTOS

Presumo, a la vista de lo acontecido en el pasado, que los señores de Izquierda Unida proponen a Podemos una lista unitaria para las próximas generales. Aspiran a lo de siempre; ser los segundones de un pacto de gobierno semejante al de Andalucía. O sea, aceptar la hegemonía paneuropea, así lo convalida el PSOE de Susana Díaz, maquillando mediante tibias reformas la realización plena de la miseria y la exclusión. Los comunistas occidentales siempre apostaron por el parlamentarismo y las meriendas bajo la mesa de generosos mendrugos. El eterno bla, bla, bla social sin ninguna aspiración de gobierno. Imitan a los sindicatos que supimos conseguir, los mismos que validaron el paro, los recortes y la miseria popular. Podemos ha manifestado el imperativo de gobernar, esta es la frontera que separa a la mendicidad de la justicia.Si propongo la edificación de un Frente social es para que este gobierne aplicando un programa opuesto al actual, no a otro complementario. Lo que hizo Julio Anguita en el pasado, desde su doble califato en Córdoba y el PCE , fue servir de fiel comparsa a la Transición, luego de la tradición que impuso el eurocomunismo del estalinista Santiago Carrillo sobre los "camaradas". Ahora mismo, sus epígonos (comprendido el veterano Anguita, transformado en una suerte de Patriarca de los Pájaros y Pajarracos) vuelven a lo suyo, en vista a la pérdida de votos que, calculaban obtener en las elecciones del domingo. Se los arrebató Podemos? Sólo una pequeña fracción; el resto lo ganó otro mensaje mucho más prometedor. El de la voluntad de poder. Yo no me opongo a ningún Frente social sólido, aunque el que propugnan mediante el oportunismo de siempre los ramales de un tronco averiado por la Historia, no sea para echar campanas al vuelo.

LAS RAZONES DE UNA EMERGENCIA



Es Podemos una deliciosa sorpresa de la Historia? Más bien descuelga el fruto del drama que atraviesan millones de españoles y europeos. Si para algo sirvió el paripé electoral del domingo, fue para desvelar el potencial político de una bronca generalizada contra los partidos del régimen y sus dos mayores conglomerados. La abstención resultó algo menos alta de la esperada,especialmente en Catalunya y Andalucía, no así la enorme mengua de votos que padecieron PP y PSOE. Esto significa grado de aceptación bajísimo y desligitimación rotunda de la tan cacareada mayoría absoluta, esgrimida como arma arrojadiza contra los asalariados y las franjas medias de la población por este gobierno basura, encabezado por un político tardofranquista venal y su corte de miserables. Los sufragios de Podemos, a los que se agregan incluso los de IU y Bildu, sugieren que, el millón y pico de votos bien pueden ser la punta de un iceberg de potencial emergencia dede las entrañas de esta terrible crisis. También que Pablo Iglesias es buen estratega y, que sobre todo conecta emocionalmente con muchos ciudadanos, víctimas de los destrozos sociales que impone Berlín a sus títeres del sur continental. Lo de la conexión emocional se relaciona con argumentos lógicos de justicia social y muy sencillos de entender, que exceden largamente la pancarta de Cayo Lara, Alberto Garzón o cualquiera de la tropa parlamentarista integrada al régimen. Cuando Iglesias refiere los sufrimientos de parados, jubilados, estafados y agredidos por el poder y sus aliados, suena verosímil. Capta lo que está en las mareas, los parados, yayoflautas, los echados a patadas y garrotazos de sus casas para beneficio de los bancos, los jubilados, y aquellos que la seguridad social, desfigurada por los genocidas del PP, desatienden, entregándolos a la enfermedad y la muerte. No obra como un catedrático dictando clase magistral desde el púlpito. Su voz es la de millones. Ya muchos españoles le comparan con el joven Felipe González del llano. Pero este líder popular en ciernes tiene otro origen familiar y político. Esgrime además un programa social muy concreto, alejado de las dobleces del sevillano.Su visión social sostiene, además, una alianza con la izquierda griega, ampliando el área operativa a una necesidad continental.

Se mencionan las plataformas tertulianas como un privilegio del que ha disfrutado. De derecha a izquierda (léase Willy Meyer) lanzan su fuego graneado, olvidando que los tertulianos, entre ellos varios periodistas y opinantes, cunden desde hace tiempo en radios canales de TV u otros medios, sin que ninguno de ellos haya consolidado un capital político, ni nada que se le parezca. Las cualidades personales del líder de Podemos dejan a muchas gentes a la altura del betún. Eso se llama carisma.Yo le he criticado actitudes que juzgué oportunistas, yendo por ejemplo, a la fenecida Intereconomía y otras cloacas mediáticas. O llamar al infumable Marhuenda "Francisco", tras definirle como "lameculos de Rajoy". Nada de eso ha empañado, sin embargo, un discurso social y político de alto voltaje. El éxito electoral le ha reforzado, alarmando a los poderes económicos y al resto de la clase política. Iglesias debate como ninguno, y al hacerlo conmueve. Esta es la otra grande y esperada novedad, ausente en la política española desde los tiempos de la República. Primero, porque los debates son imprescindibles no sólo en política, sino en la vida social y familiar. Él, además de interpretarlo lo vive desde el intelecto y las emociones. Cree en ello, por esa razón se le votó. De momento es una buena noticia. La mejor posible en estas penosas circunstancias...

domingo, 25 de mayo de 2014

LOS RESULTADOS DEL PARIPÉ

                           
                 El programa social que avanzó en estas elecciones y su principal actor: Pablo Iglesias

Los resultados del paripé electoral han servido para evaluar la emergencia de "Podemos" una fuerza política jacobina y juvenil controlada por académicos universitarios, semejante a la griega. Tercera fuerza en Madrid. La honda miseria imperante que generan los planes económicos y sociales, implementada por las grandes formaciones desde el poder o la oposición, han aupado este fenómeno, potenciado por el discurso certero y comprensible del tertuliano Pablo Iglesias, fustigando lo que denomina "La Casta", integrada por políticos, banqueros y empresarios desde siempre. El voto joven y el de muchos parados fue menos destinado al Parlamento Europeo, que a puertas adentro. El vigor de Iglesias y sus amigos conectando con los movimientos ciudadanos ha desplazado a los parlamentarios contumaces de Izquierda Unida e Izquierda Plural. También el nacionalismo independentista validó su gran influencia en Catalunya ganando estas elecciones. La victoriosa derrota del Partido Popular, aventajando al PSOE en tres puntos, estaba más o menos cantada. Tal vez la clave futura de los socialistas sea avanzar en dirección a extender el triunfo de la formación en Andalucía. El único cobrado en el mapa electoral. Eso significa el frente con la izquierda ensayado en la comunidad con evidente suceso. Si bien la participación del 43% es débil, los pequeños partidos, y sobre todo Podemos, se han beneficiado. En Francia triunfó el Frente de Marine Le Pen, quedando los socialistas en el tercer puesto. Es un hecho histórico de consecuencias imprevisibles. Las generales en todo el continente dan como vencedora a la derecha, una vez más. Ellos continúan fletando Europa al desguace social, sin que la mayoría de sus integrantes desarrollen una confrontación alternativa. El drama sigue en pie sumando nuevas víctimas. Lo dijo Iglesias esta noche en su último discurso en un sector de la Plaza Reina Sofía. Y tiene razón.

sábado, 24 de mayo de 2014

LA PRERROGATIVA.



En pocas horas los españoles votarán candidatos al Parlamento Europeo. Lo del voto es un eufemismo. Primero por no ser obligatorio. Segundo, porque según las encuestas a pie de calle, el 60% nos abstendremos. A los políticos no les importa. Ellos se arropan en la Ley que ampara esta elección validando los resultados, aunque redondeen un 40% en el total del padrón. Los elegidos, a forrarse.Y héte aquí a los dos principales partidos, junto a sus colgajos de derecha e izquierda, haciendo como quien no ve la debacle, en esa penosa disputa de los votos míseros. La gravedad de la situación no puede ser mayor. Sin embargo, no se les cae la cara de vergüenza por el descrédito que supone para esta democracia que, a pesar de las apariencias no es tal. Porque, para que lo fuese, debiera imperar la conciencia cívica, junto a un grado apreciable de equidad social, y esos valores escasean en España. Al menos, hasta el saludable extremo de poner la casa en orden, disciplinando a sus políticos, o generando otros que representen un cambio cualitativo real. Significa esto una revolución? Sin duda alguna, y menos pacífica de lo que muchos desearíamos. 

En las tertulias de radio y TV advertimos la profunda sumisión de la izquierda a los dueños de este circo local y europeo. Idem en la prensa virtual, su refugio de hoy. Desde los de Izquierda Unida o Plural, Podemos, y los francotiradores mediáticos del área, se rinde culto a formas democráticas inexistentes al polemizar gentilmente con miembros de la derecha, política o mediática. Cuando en estos momentos el genocidio brutal, aquí y en toda la franja sur del continente, se desarrolla según lo previsto y ordenado por Berlín, Bruselas y el FMI, a los viejos políticos del pasado. La falsedad torticera y miserable, de que un masivo voto de la izquierda pueda cambiar las tornas europeas, es de manual. Aquí, señoras y señores, mandan los grandes bancos y empresas, junto a los financistas, que esta fase del desarrollo capitalista horneó en sus fogones durante los últimos cincuenta años. Si sumamos los trece millones que costaron a los españoles estas elecciones, a los doscientos mil que se embolsaron los bancos y la corrupción local en los últimos dos años, mas los setenta mil del fraude fiscal constante cada ejercicio, por parte de las grandes corporaciones,estafas plasmadas bajo la mirada benévola del PSOE, PP y sus respectivos gobiernos, tendremos una idea aproximada de lo que se perpetra contra los asalariados y pequeños empresarios, o trabajadores autónomos. Sin contar, claro, que el Estado asume la deuda privada, transformando gran parte de la misma en pública. A esta altura del siglo XXI, somos deudores de una inmensa fortuna impagable. Ellos y nosotros lo sabemos. Pero mientras tanto, la transferencia de recursos de las colonias a las metrópolis continúa imparable, enterrándonos más y más en el Tercer Mundo.
Alguien en su sano juicio cree que unas papelinas sumergidas en la raja de cada urna van a cambiar este cuadro dantesco en nuestras sociedades de exclusión social? Si así lo considera que vaya y vote. Terminará almorzando en Cáritas, como millones de compatriotas lo hacen ya. El suicidio, legal o no, continúa siendo una prerrogativa que cada uno elige o rechaza. Cancelado el aborto democrático, es una de las pocas que nos van quedando.

martes, 20 de mayo de 2014

SEÑALAMIENTO



Aclaro mi abstención. Es estrictamente destinada a estas Elecciones Europeas, en las que no creo. No a todas. Con estas, de momento se arrojaron al cubo de la basura en sus prolegómenos trece millones de euros. Parto de la base de que cualquier cambio en las presentes circunstancias, tan dramáticas para las mayorías de europeos en el Sur y el Este no pasa por esta farsa.
El mismo si cabe, se hará desde dentro de cada país, desarrollando el programa justiciero, reparador de incesantes destrozos, mediante un potente Frente Social. Las alianzas externas de organización continental con tal fin, no pasan por generar nuevos privilegiados.Tal es el rastrero plan contaminante y envilecedor de los que hoy mandan en el Continente, reforzando a una superestructura que sirve al capitalismo neoliberal de las finanzas y los imperios. Estas urnas pretenden convalidar sus negocios corruptos y expoliadores, alzando una pancarta democrática vacía de contenidos sociales.
Por más que los candidatos de la izquierda paralamentaria se comprometan a combatir por un cambio en las reglas de juego, serán inoperantes, o bien, resultarán doblegados por efecto del desánimo o la vida fácil. Ese Parlamento de Bruselas de estructura elitista y plagado de lobis, responde a los intereses de la derecha continental. Al igual que el BCE, el Euro y todo el andamiaje político y financiero que hay detrás, respaldándolo. El poder económico de Alemania, Francia y sus aliados fronterizos al norte, es hegemónico, y sólo compatible mediante la subordinación a esos intereses dominantes. No ha lugar otra providencia que servirlos pagando deudas, la mayoría tan fraudulentas como sus draconianos intereses, o nada.
Lo siento, señores, no voy a entrar en ese tiovivo chantajista de los miserables. Que lo hagan quienes creen en los milagros de la Virgen del Rocío, confundiendo las churras con merinas, o la democracia con un protectorado en el que se reciben órdenes, y a la chita callando...

domingo, 18 de mayo de 2014

"GRETA GARBO. EL DOLOR DE LA ESFINGE" E BOOK AMAZON KINDLE



ANNA CHRISTIE (ANA CRISTINA)

El beso, la última cinta silente estrenada por un gran Estudio, había arrojado beneficios, a pesar de ser uno de los bodrios más sonados en la carrera de la sueca; pero seguir tentando a la suerte era peligroso en épocas de reconversión. De hecho, ella era la única gran estrella del Estudio situada al borde del precipicio sonoro.
Además de intervenir episódicamente en Hollywood Revue of 1929(La variedad de Hollywood) —verdadero catálogo de voces, cánticos y claqués del Estudio en la nueva etapa abierta—, Joan Crawford y Norma Shearer habían superado el riesgo de ocaso mediante sonoras acreditaciones, en Untamed (Sin domar) y el clásico teatral The Trial of Mary Dugan (Proceso a Mary Dugan).
Luego de mucho vacilar y cavilar, Thalberg y Mayer resolvieron que—sin haber consolidado del todo su inglés—, debutase Greta Garbo en el cine parlante interpretando un drama de Eugene O´Neill (1888-1953), encarnando a una joven inmigrante sueca: Anna Chistie (Ana Cristina).
Tras resistirse una vez más, argumentando que, aquella historia —por la que O´Neill recibió el Premio Pulitzer en 1922—ofendía a cualquier sueco, al presentar a sus compatriotas como seres prostibularios y alcohólicos (además de brutos), había acatado tal orden (impresionada al fin por la calidad de O´Neill) poniendo la triple condición de: (A) reasegurar —por si las moscas— su carrera en el exterior, interpretando la versión alemana, destinada a la exportación, dirigida (B) por el belga Jaques Feyder (con quien se entendió en alemán y francés durante la impresión de La mujer divina); y (C) de que el galán Theo Sall, junto a sus amigos, Salka Viertel y Hans Junkermann, asumiesen los roles que Charles Bickford, Marie Dressler y George Marion compondrían en la película oficial.
Aparte de convenirle al Estudio por su implantación en el mercado europeo, las ciertas semejanzas de estilo entre Stiller y el más pausado Feyder proporcionaban a la diva tanta seguridad, como la escolta y los consejos de Salka, buena actriz y mejor guionista en futuros emprendimientos.
Virtual apuntador de base escogido por Metro para que Frances Marion calzara el pié dramático de Garbo en el sonoro, era O´Neill un neoyorquino católico de sangre irlandesa e hijo de actores itinerantes.
Remiso a disciplinarse en una carrera, archivó sus estudios universitarios al romper la ventana del rector con una botella de güisqui, lanzándose a la aventura de conocer mundo, como buscador de oro, actor y director teatral, para luego oficiar de marinero al engancharse en cargueros que recorrían las costas de África y Sudamérica. Durante uno de aquellos viajes permaneció cierto tiempo en Buenos Aires, trabajando en empresas que le despedían y durmiendo en los parques. Aquejado de un principio de tuberculosis, pudo por fin regresar en un carguero a Nueva York, donde fue hospitalizado.
En aquellos días de cura y reposo —cruciales para su definición como autor—, se lanzó a leer y escribir a toda máquina, volcando experiencias dramáticas e imaginarias en formato teatral, con gran vigor y una profundidad que en ocasiones se revelaría pesimista.
Habiendo comenzado en 1913 con “The Web”—estrenada en 1917— tres años después obtendría el Pulitzer con “Más allá del Horizonte”. También de factura teatral, los cuatro actos de “Anna Christie” (historia concebida por él en 1910, bajo influencias de Henrik Ibsen y August Strindbergh, y plasmada una década adelante) había sido estrenada en el “Vanderbilt Theatre” en noviembre de 1921, alcanzando en esta primer ronda, un total de 177 representaciones; cifra récord en una época en la que cualquier éxito aguantaba pocas semanas en cartel.
En aquellas veladas, cubrían los roles principales: Pauline Lord (luego Lynn Fontanne), George Marion y Frank Shannon (el “Dr. Zarkow” de los tres seriales de “Flash Gordon”, rodados entre 1936 y 1940).
La compañía de Thomas Ince, lanzó en 1923 una primera versión de la pieza, empleando a Blanche Sweet, George Marion y William Russell, a las órdenes de John Griffith Way. Los críticos habían llegado a juzgar el montaje neoyorquino como el mejor tratamiento otorgado a un tema de este autor, pronto afirmado como uno de los más grandes dramaturgos del siglo XX, además de considerárselo fundador del moderno teatro norteamericano.
La conveniencia de reiterar la versión cinematográfica de un miserable escenario de puerto, con pescadores borrachos y prostitutas pobres, cuajaba con la nueva época de penuria, precipitada por la quiebra bursátil de Wall Street un fatídico viernes octobriano de 1929; de manera que, la ya mixtificada Garbo, alejada de la sofisticación y el lujo, ponía los pies en un piso enfangado con olor a petróleo y pescado rancio.
La historia de Ana, abandonada a los 16 años en una granja familiar de Minnessota por su padre —marinero sueco borrachín y viudo e irresponsable—, es la de tantas prostitutas. Violada por un primo, cae en la profesión más vieja del mundo, para más tarde buscar al progenitor en una dársena y encontrar cariño en el rudo marinero Matt Burke.
El buen fondo y la pureza que aún guardan sus sentimientos se lo han permitido, pero la honestidad es parte de ellos, y Ana, asimilada al mar y definitivamente conquistada por él, revela su pasado a un Matt que la repudia, yéndose; para al fin regresar, al tiempo que el padre deja la bebida y bendice la pareja. 
En esta buena adaptación de la Marion, encargada a Clarence Brown y filmada en la primavera de 1929 por dos cámaras, con el sonido agregado de Gavin Burns (bajo las órdenes habituales de Douglas Shearer), acompañarán a Garbo el invariable George Marion en el papel de padre, Charles Bickford (1889-1967) en el de Matt, y Marie Dressler (1869-1934) asumiendo el de Marthy Owen, componiendo a la alcohólica y envejecida amante del marino Christópherson.
Ella es, con su arte y carisma, quien magnetiza el foco durante los primeros dieciséis minutos de tácito suspenso, en los que no aparece Garbo. El ajustado tratamiento que da Brown a la tragedia fue superado en su época por la impresión de oír entonces la grave voz de contralto, con la que Greta, maleta en mano y con paso vencido, invade al fin la pantalla desde el reservado “para damas”, de una taberna portuaria, frente a la mesa en la que Dressler, sin perder cierto dignity Couch, y luego de colocarse mezclando gracia y patetismo el bailoteante sombrero, se anega de cerveza.
Minutos antes hemos visto a George Marion leer a los trompicones una carta que ella le dirigió, anunciándole su visita.
 O´Neill había descrito a su heroína en pocas frases:

“Ana es una muchacha alta, rubia, plenamente desarrollada, de veinte años, hermosa como la hija de un vikingo, como un ser hecho con prodigalidad de dones por la naturaleza, pero ahora su salud está quebrantada y ostenta claramente todos los indicios externos de pertenecer a la profesión más vieja del mundo. Su rostro juvenil es ya duro y cínico bajo la capa de maquillaje...”.

Greta tiene en ese momento cinco años más que Ana, aunque su aire taciturno hace que aún parezca mayor. Vestida con falda y chaqueta oscuras, y gorro a tono que acompaña una blusa gris de cuello abierto, su expresión desencantada y el laissez faire con el que ocupa su asiento y pone los brazos en la mesa, acaban de pintar la gama de colores que envuelve su ánimo.

“Dame un güisqui con ginger ale”—pide al camarero—... “y no lo escatimes, simpático”.
“¿Qué, se lo sirvo en un cubo?...”.
 “No estaría mal...”. 

Cuando la toma se interrumpe y Greta, ya en la sala de proyección, puede oír su voz, grave y modulada, se queda de una pieza: es como mirarse por primera vez al espejo. Cualquiera que no haya oído antes la suya reacciona igual; pero Burns, Dressler y el equipo de rodaje la tranquilizan, y la escena seguirá un curso dramático, ante el que Thalberg y los sonidistas no caben de gozo.
La diva suprema de la compañía ha nacido de nuevo, para el cine sonoro y la dieta alimentaria del león de la  Metro.
Dressler, la Marthy que ha superado la crisis de juventud y puede ser una futura proyección de ella misma “en cuarenta años”, nos brinda otra actuación estupenda al manifestarse cauta y solidaria con la actriz y su personaje.
De ahí que Ana se confiese con toda la espontaneidad que autoriza la censura —antes de regir el estricto Código sancionado en 1934—, ante ella y las dos cámaras de William Daniels.

“Mi padre no ha hecho nada por mí en toda su vida. La granja a la que me envió estaba llena de suecos; primos suyos. Uno llegó una noche, cuando estaba sola... ¡Oh, los hombres, cómo les odio! Todos son iguales, primero te usan y después te echan cuando les estorbas”.
    
Las charlas y el trato que otra chica de 14 años recibió en cierta barbería de Estocolmo, hacen que con diez años más y un rol acorde, haga creíble el parlamento.
La definición vista en pantalla, alcanza a un progenitor que Dressler revela conocer. Entonces cae en la cuenta de que “no es portero de un edificio”—como previamente le ha escrito —“sino”— refiere Marthy, ya en plan de confidencias —“capitán de una barcaza carbonera”.
Ana tampoco oficia enfermería en Minnessota, donde se prostituye, y de vez en cuando es encarcelada en comisarías o internada en hospitales públicos, desde donde justamente acaba de salir.
La desafección entre padre e hija parte de él, campechano aparente, y en realidad ser elusivo que al encontrarla finge no advertir en que ha ganado los garbanzos, ni la responsabilidad que por ello le cabe. Es un avestruz con chaquetón marinero, y la hija abandonada no vacila en tratarle con dureza.
Convincente a base de interpretar cientos de veces la misma escena ante el público o la cámara, George Marion aguanta su rudeza, y le pide que permanezca junto a él.
Garbo despliega su arte con una autoridad, que parte, tanto de su capacidad para interpretar dramas, como del soporte brindado por los vividos en el pasado. El ambiente miserable que se observa en aquel barracón portuario, tan conseguido por Cedric Gibbons, y algunas localizaciones en Venice, California, le trae seguras reminiscencias del humilde suburbio de Estocolmo. No es éste en sí mismo el único. Carl Gustavson —otro sueco que navegaba en alcohol— era casi tan huidizo como el marino Christópherson.
¿En la cierta resignación de su madre, no había además trazas, de la tolerante vagabunda de los muelles que encarna Dressler definiendo al viejo amante como “un hombre bueno”?
Respecto de los varones, la cierta semejanza entre las aversiones de Ana y las suyas no dejan de llamarnos la atención, a tenor del poder de convicción que ha insuflado a su criatura.

“Los marineros somos así”— le dice Marion— “Es culpa del mar. Nos vuelve a todos locos. Parece un maleficio...”.
“Siempre le echamos la culpa a algo... pero para mí ha sido duro” —contesta ella.
   
O´Neill atribuye al maleficio marino y la dureza de Ana ciertas cualidades des contaminantes, respecto de una civilización cruel y deshumanizada. Es así que, con el paso del tiempo, la convivencia en la barcaza hace que Ana comprenda a su padre y le cobre afecto. El mar ha ido soldando un vínculo dañado por la vida, haciendo que también llegue desfalleciendo la esperanza, mediante la aparición del rudo marino irlandés Matt Burke, cierta noche de niebla.
Se ha perdido con dos más tras un naufragio, y cuándo ella le alumbra con una lámpara de sebo, el cree “estar soñando con una sirena que ha salido del mar para atormentarle”. Joven y católico se enamora de Ana, qué le corresponde, mientras un padre que, al conocerse a sí mismo descree de los marineros y su fugaz presencia, se enfrenta a él.
O´Neill le responde (sólo en el teatro), a través de Matt.

“¡El mar es la única vida posible para un hombre con agallas y que no le tenga miedo a su propia sombra!. Sólo uno se siente libre en el mar, y entonces vagabundea por el mundo, y ve toda clase de cosas y no le interesa ahorrar dinero o robárselo a los amigos o cualquiera de las feas tretas a que dedicaría su vida uno de esos imbéciles de tierra adentro...!”.

El código navegante rige para Ana, náufraga en tierra firme de las peores tempestades que una joven pueda soportar. Durante un paseo en el parque de diversiones, ella y Matt encuentran a la vieja Marthy, como siempre borracha, aunque también y como siempre no del todo. Ella al fin admite conocerla y la otra disimula mencionando al viejo compinche del muelle, al ver que el hombre que está junto a la hija de aquel canijo lobo de mar es un enamorado.
Una hermosísima escena de Garbo recostado el perfil en la barcaza contra el puente de Brooklyn, con la brisa meciéndole los cabellos, mientras van y vienen embarcaciones dejando sentir las sirenas, nos hace olvidar que se ha rodado en Estudio y con transparencias.
El episodio del parque llevó a que Ana se sienta incapaz de continuar representando el papel de buena chica, con la que Matt quiere casarse, aunque arda en deseos de hacerlo, pese a la oposición de su padre. En el punto retornamos al ritmo teatral de O´Neill:

                               

                Ana

- Si lo hubiera conocido hace cuatro años..., hace dos por lo menos..., habría aprovechado la ocasión al vuelo, te lo digo con franqueza. Y lo haría ahora..., pero es un hombre tan simple..., niño grande..., y no tengo valor para engañarlo. (Se interrumpe repentinamente y mira al padre). Pero no me vuelvas a decir que Matt no me merece. Soy yo quién no lo merezco a él
               Christópherson
-¡Me parece que estás loca, Ana...!

Ana sabe, que si se sincera con Matt lo pierde, y se le hace cuesta arriba vivir sin su amor. Pero el factor desencadenante en el drama es la inevitable pelea entre el padre y el novio. El primero insiste en que un marinero jamás será buen marido. El segundo, contrariado por la resistencia de ella a desposarse e incapaz de imaginar otra causa, sostendrá que “sólo un previo casamiento de Ana impediría el matrimonio”.
Su objeto amoroso se afirma soltera, pero persiste en la negativa así como en la futura convivencia con su padre. Tanto uno como el otro quieren adaptarla a la imagen que de ella tienen, ignorando por una u otra razón, que es una mujer atormentada por su pasado, y que en todo caso es Ana quien debe resolver sus pleitos.
En una secuencia de gran fuerza dramática, Garbo entrega su cuerpo todo al dolor, gritándoles la verdad: el padre es responsable de su extravío y Matt de haberla idealizado. Tan luego, han sido el mar y el amor de él quienes “la han limpiado del pasado y la vergüenza, al permitirle, por primera vez en la vida descubrir el cariño que le había sido negado hasta ayer”.
Seguidamente, los dos marinos escapan; el viejo abochornado, y el joven con el corazón roto. Hombres duros, temerarios y hasta nobles, en momentos decisivos, han sido capaces de cantar loas o luchar contra un mar al que aman y odian, siendo incapaces de afrontar la vida y su complejidad en tierra firme, donde el hombre edifica sociedades que crecen y hacen posible la navegación.
Desolada y confundida, Ana planea irse también para siempre, disponiéndose a hacerlo tal como llegó, con su ropa oscura y la maleta.
Pero aunque borrachos y desesperados, los dos hombres regresarán, uno casi detrás del otro a la cabaña. El padre le anuncia que se ha enrolado en un buque que partirá hacia Sudáfrica. Matt Burke —bamboleándose y con trazas de haberse liado a golpes en cualquier tugurio— manifiesta que hará otro tanto.
Sin embargo, asume también olvidar el pasado de Ana, con la única condición de que acepte jurar sobre la cruz católica que le entregó su madre “que no amó antes a ninguno de los hombres que conoció”.
“¡Cómo iba a amarlos. Pero qué bruto eres!”— contesta, poco antes de cumplir con el ritual que exige su amado.
Matt —alter ego del joven marinero y el dramaturgo Eugene O´Neill— admite que no puede vivir sin ella, aceptando incluso el juramento de una luterana que será su mujer, y en ese instante, él y su futuro suegro, compañeros inminentes de un nuevo viaje sobre las olas, se reconcilian.
El amor y la sinceridad de una mujer extraordinaria (tan arrebatadora como Greta en una de las mejores entregas de su carrera) son la nueva brújula que ha conseguido dar un norte a sus vidas sin horizonte.
La última escena de la obra teatral y el film mismo, rematan la historia con vuelo y fatalismo poético.
Así, mientras Anna y Matt le observan, “el viejo marino contempla la noche  y abismado en sus sombrías cavilaciones, mueve la cabeza y murmura”.
“Niebla. Niebla. ¡Maldito tiempo! Uno no puede ver adonde va. Solo lo sabe ese viejo demonio, el mar...¡Él lo sabe!...”.
 El rol de Ana Cristina, “desarrollada hija de los vikingos con sólo 20 años”, en palabras de Eugene O´Neill, se convirtió en el favorito de Greta Garbo; aunque su versión de la heroína no contase con el pláceme del autor:

“Ella jamás pudo extraer los tesoros de dureza y cinismo. Nunca será esa prostituta de veinte años”.
  
Al dramaturgo, víctima tal vez de su ego de escritor, le había impresionado mucho más la Ana silente de Blanche Sweet. El efecto del cine mudo, meramente óptico le permitía seguramente colocarle “in mente” aquellos parlamentos que la voz de Garbo, nada suave por cierto, singularizaba. 
Difícilmente pudiera ajustarse semejante animal cinematográfico al tenor de cualquier personaje en su versión original. Tampoco las que acometía MGM se lo ponían fácil.
En cualquier caso, su Ana Cristina se aproximó más que otras a las fuentes, sin conseguir desprenderse de un acento teatral que no logró quebrar la escena más desahogada del parque de diversiones.
Aún así, se acredita el filme como un drama clásico en los inicios del cine sonoro, del que Clarence Brown pudo ufanarse.

“Fue una prueba de fuego, pero salimos adelante. Confiábamos uno en el otro. A veces podía quedar insatisfecho de algunas tomas, pero aquella sensación se desvanecía cuando las revisábamos: Garbo multiplicaba en la pantalla el efecto de la escena”.
   
A Marie Dressler le envió Greta un ramo de crisantemos amarillos, como prueba de su admiración.
 La gran actriz, que la visitaba a menudo y se despedía de ella con un “¡Dios proteja a la muchacha trabajadora!”, había acaparado el primer plano de una quinta parte del metraje, destinándole comentarios que halagaban tal condición.

“Trabaja hasta el agotamiento y esa capacidad de trabajo es contagiosa. La verdad es que un actor debe emplear a fondo todos y cada uno de sus instantes bajo el foco, si no quiere que su papel se reduzca a la pobreza ante la gran labor de ella”; aunque luego agregaba otro segmento del puzzle que podía interpretarse de varias maneras: “fuera del trabajo, parece que nunca tenga interés por lo que la rodea, se nota que hasta la aburre”.

La carrera de la inteligente Lila Koerber /Marie Dressler, había despuntado temprano en el vodevil, y siendo ya mayor en el cine, donde junto a Chaplin y Mabel Normand desplegó su arte y sentido de la comicidad como primera figura en Tillie´s Punctured Romance (El romance de Tillie/1914). Tras rodar un par de nuevos cortos poco afortunados con el personaje, regresó al teatro. En 1927 la redescubrió Thalberg gracias a la insistencia de Frances Marion.
Las objeciones, que hallaron eco en Clarence Brown, habían partido de su pasado en la troupe de bufones que comandaba Mack Sennett.
El viejo cine cómico, aquél que sirvió para consolidar la industria del cine en su etapa infantil era considerado una rémora en su adultez. Los prejuicios de Thalberg y Brown tenían una base que la Marion desestimó, por dos razones. La primera, relacionada con el talento de Marie; la segunda, con cierta deuda de gratitud por la entrevista concedida  a una periodista que, con 16 años ya escribía para los periódicos de la cadena Hearst. Dressler, que odiaba al magnate por la campaña anti huelguística que desató en ocasión de un  paro de actores en Broadway —del que hay testimonios gráficos, con Marie portando una gran pancarta junto a sus colegas—, cedió a los ruegos de Frances; en riesgo de perder el empleo.
Cuándo la joven se convirtió luego en una de las mejores guionistas de la MGM [y la industria], vio la ocasión de retribuir el gesto, a una madura actriz cansada de pisar las tablas. Poco después, las incursiones de aquella mujer de ojos brillantes e inteligentes en la adaptación de la tira cómica Bringing Up Father (Vigilando a papá), The Cohens and The Kellys, y luego en la exitosa The Patsy (junto a Marion Davies), dieron una idea de su verdadero potencial ante la cámara.
Tras desempeñar un pequeño papel del que no quedaron rastros, en la extraviada La mujer divina, acreditó amplio registro y desde entonces su imagen en pantalla cobró nuevos ímpetus. En 1931 asomó en el quinto puesto entre los artistas más populares, recibiendo el “Oscar” femenino por Min and Bill (Fruta amarga) en la temporada 1930/31. El siguiente fue nominada, ocupando en el ranking un primer puesto, que conservó las dos temporadas siguientes.
 Ya enferma aunque en activo, aguantó el noveno hasta 1934, poco antes de morir por efecto de un cáncer uterino.
Menos glorioso fue el destino de George Marion. Obligado a repetir más tarde su personaje en la radio (junto a Joan Crawford como Ana), no volvió a tener presencia destacada en ningún otro de los contados filmes en los que intervino, incluido un pulgoso western “B”.
Los siguientes pasos de Charles Bickford, que había triunfado haciendo de proletario bruto y bueno en Dynamite (¡Dinamita!), rodada por Cecil B. DeMille el año anterior, fueron aún más penosos al malquistarse con Mayer, debido a las flojas asignaciones y los préstamos a otras compañías a las que se  lo destinaba entonces.
Marino e ingeniero civil, ingresado al vodevil en 1914, y en Broadway desde 1918, fue acogido en la industria por su buena voz. Primer actor con DeMille y dueño de una próspera gasolinera, Charles se desengañó de sus perspectivas en la MGM, luego de Ana Cristina. Buscando zafarse del cepo que le imponía un largo contrato, había ofertado comprarlo a cambio de 100.000 dólares, rechazados de plano por el inflexible patrón, en medio de una gran violencia verbal, ante la que no aflojó.
Cómo colofón y luego de sufrir un terrible accidente al que sobrevivió, este duro pelirrojo de origen irlandés y buena base dramática, debió completar el asfixiante compromiso, ingresando al poco tiempo en la secreta “lista negra” (subrayada frecuentemente “en rojo”), mediante la que los productores de Hollywood apuntaban a los díscolos y rebeldes de la industria. Su retorno a películas importantes y las tres candidaturas al “Oscar” como actor de carácter, tras el Gólgota impuesto, se produjo recién en la década siguiente, a pesar de las presiones desarrolladas por un hombre vengativo, que había sepultado varias carreras, algunas de ellas con los actores dentro.
 Los críticos reaccionaron loando el trabajo de Garbo en Ana Cristina. Desde el  “New York  Herald Tribune” sostuvo Richard Watts:

“Su voz es la de una contralto profunda, áspera, gutural, que no merma un ápice ese fabuloso atractivo poético que ha hecho de esta distante dama sueca la actriz cinematográfica más sobresaliente del mundo”.
   
En “Picture Play”, Norbert Lusk  exclamaba entusiasmado:

“¡La voz que estremeció al mundo! ¡Es, naturalmente, la de Greta Garbo! Y aunque me maten, soy incapaz de precisar si se trata de una voz de barítono o de bajo. Se la oye por primera vez en “Anna Christie” y produce turbación, sorprende y resulta hasta tal punto personal que no podría pertenecer a nadie mas que ella”.
   
Es de recibo transcribir a Jorge Luís Borges, rememorando años después, el gran instante en que Garbo llega y habla.

“Yo estaba enamorado de ella, como todos en mi época. En “Anna Christie” Greta llegaba de la noche y de la niebla, y entraba en un bar de marineros donde había un largo mostrador. Ella comenzaba a caminar lentamente y todos los hombres del mundo sabíamos que cuando terminara el recorrido íbamos a oír la voz de Greta Garbo por primera vez. Y eso iba a ser como si hablara un dios. El mostrador era larguísimo. Cuando llegó al final, ella dijo, simplemente. “I want a scotch”, y todos temblamos”.
   
Los temblequeantes miembros de la “Academia”, nominaron además de Garbo, a Brown y Daniels, pero ninguno de los tres se llevó la estatuilla.
Con  el film en sus dos versiones (la alemana, estrenada en la ciudad de Colonia, es ocho minutos más larga), la MGM obtuvo igualmente pingues beneficios, y sobrados aplausos en las salas de cine.
Mediante el rol, la estrella alcanzaba la cima de su arte, coronada por una gran voz.
Sin embargo, arreciaban los rumores de un definitivo retorno a Suecia tras la voluntaria cancelación de su contrato. Conociendo a fondo a sus estrellas, Irving Thalberg sabía que el amparo, seguridad económica y reconocimiento universal que Culver City brindaban a la chica de Estocolmo, no lo conseguiría en ninguna parte. Es por eso que, cuando la prensa quiso averiguar que había de cierto en los rumores, él respondió: “La banca de Beverly Hills es muy sólida. Garbo no hará nada...”.
   
El que verdaderamente “no hacía nada” era John Gilbert, fuera o dentro de la pantalla. A instancias de Thalberg (quien a diferencia de Mayer, le apreciaba) se le procuró un papel de recio navegante en Way for a Sailor.
Para su desgracia, el flotador de emparentarle con la rudeza de George Bancroft o Víctor MacLaglen  no canceló el viaje a las profundidades del celuloide.
La letra impresa de “Variety” rescató en cambio su voz:
 “No es nada mala, sencillamente no es adecuada para el personaje de marinero testarudo...”. Tampoco lo era como el paródico “Romeo” de Norma Shearer en la escena coloreada de balcón, desarrollada en Hollywood Revue (La revista de Hollywood)...
En medio de la debacle, matizada en el espíritu de Gilbert por el ascenso de nuevos galanes, al estilo de Gary Cooper, Robert Montgomery o Fredric March, su vida doméstica con Ina Claire era un catálogo de truenos y relámpagos, apenas mitigado por clases de dicción, algún instante romántico y los diez mil dólares que aún cobraba todas las semanas; dinero que, según cómo favorecía su humillación, prolongando un tormento que él derramaba como ácido sobre la Claire, a quien se supo, había intentado estrangular durante uno de sus constantes altercados.
Mientras las acciones públicas (y privadas) del “gran amante” se derrumbaban, las de Garbo llegaban a su primera nominación del año, por su labor en Anna Chistie. De paso, figuraba por primera vez en el listado de estrellas más taquilleras de la nación, ocupando el sexto puesto, detrás de Colleen Moore, Janet Gaynor, William Haines, Clara Bow, y la puntera Joan Crawford, estrella absoluta en tres películas.
En el verano de aquel año, de consolidación sonora para Garbo, la conoció Sergei Eisenstein. El gran cineasta soviético, en gira mundial y proyectos de rodaje con Paramount pronto descartados, apunta una clave importante para medirla.

“Ocurrió durante un período de admiración mutua entre ella y Murnau. Los recuerdo a los dos tendidos en un animado téte a téte en la amplia extensión verde de la mesa de billar de Ludwig Berger. Cuando nos conocimos un poco más, yo la llamaba “Garbel” (Beau-bel, Gar- beau, Gar- bel). A cambio ella me llamaba Eisenbahm. Garbo jamás permitía que nadie entrase al Estudio durante la filmación, ya que actuaba (¡y de qué manera asombrosa!) puramente por inspiración, pues carecía casi por entero de “técnica académica".
Como se sabe, no es posible recurrir al instinto siempre que se quiera. Y entonces el trabajo se convierte en histeria y lágrimas.
Para ella, el trabajo de actriz era una forma muy dura de ganarse la vida...”.












LA DIGNIDAD



Amplio revuelo por el previo crimen y las brutalidades verbales, tan manifiestas del señor Arias Cañete en el debate televisado con Elena Valenciano. En realidad, el crimen de la funcionaria pepera es uno de tantos que se cometen en el mundo con alarmante frecuencia. La deposición del exministro y cabeza de lista del PP en las Europeas, es marca España. No exactamente la que pregona el señor MarCallo, aunque igual de vetusta, arcaica y reaccionaria. Integrando la misma filosofía, centra su eje en el ninguneo de la condición femenina. La proyectada ley del aborto no la redactó Cañete, pero la desea, como casi toda la plana mayor del gobierno y su partido. Lo que se intenta por todos los medios posibles, es sembrar de indignos el territorio, en base a devaluarlos salarialmente bajo amenaza de despido, o arrancarles la dignidad mediante un paro de larga duración a palo seco. Cuando muchos periódicos del Europa y el planeta, se preguntan el porqué de tanto aguante local ante estos corruptos y miserables, la respuesta llega desde la miseria creciente, refrendada por la humillación constante, a la que son sometidos y acosados por todos los medios posibles millones de ciudadanos. Aquel "Qué se jodan", tan canalla de Andrea Fabra, es la filosofía política y empresarial, destinada a amasar más fortuna y privilegios, machacando el honor de las gentes para extraer beneficios de una población atrapada entre dos fuegos, por la encerrona del pasado y el rampante paneuropeísmo de la UE. No es una mera conjura local. Tienen el respaldo de Bruselas, París, Berlín, los tiburones de Wahington y Wall Street, sus aliados periféricos y los organismos internacionales. El diligente Parlamento Europeo y sus bienpagos señoritos, gorilas y comparsas lobistas, refuerzan este círculo de fuego; radiante aro claustrofóbico por el que son forzados, a saltar (y si te quemas, te jodes, según el Canon Fabra) para sobrevivivir, hasta que el cuerpo aguante. El millonario imbécil que hizo el burro la otra noche ante la tan modesta y poco creíble Valenciano, recomienda comer productos caducados para que nos degrademos más, o crepemos de ser posible. Y cada día nos lo facilitan. 

Las mujeres ya cobran, de entrada, menos que los hombres por sus labores. El código machista en las sociedades del siglo XXI, sobrevive gracias a ello. Gallardón, Arias Cañete, Rajoy, Wert, Mato, Bañes, Cospedal, Santamaría, el resto, y hasta las obedientes féminas del gobierno o del partido al completo, distinguen entre ricos y pobres mirándose el ombligo. Para lo demás, invidencia absoluta. Por ende, esta gentuza le chupa la sangre a todos sin distinción de sexo; de ser posible extraída hasta la última gota. 
Llevarnos a la indignidad favorece extraordinariamente el tinglado al ahondar la depresión personal y familiar, restando ganas de combatir por un mejor presente. Igualmente, estos indignos del privilegio, también favorecedor en sí mismo de otro tipo de indignidad, insisten en su táctica liquidadora. En el fondo nos temen. Su singular síndrome totalitario conlleva el miedo a perderlo todo. Esa indignidad no la acreditan quienes todo, o casi todo han perdido. 
Ahora, resulta que nos dejan tan sólo la capacidad de votar, en la ocasión, para que todo siga igual. Si más o menos el 60% va abstenerse de llenar urnas con papelitos, no será fruto de la depresión, sino más bien del hartazgo ante tanta mugre junta. Probablemente en las Generales se acentúe el síntoma. Nuestros políticos se lo ganaron a pulso desde hace añares. 
De momento, las estimaciones de sufragio indican el derrumbe de los otrora grandes partidos junto a la emergencia de otros menores, de izquierda a derecha. Entonces llegará el momento de la balcanización política y su praxis ingobernable de este país. Un paso más hacia el abismo? Quizá, depende del grado de dignidad y rebeldía que guíe la conducta ciudadana de los españoles.

sábado, 17 de mayo de 2014

LA MATRACA


La Matraca y Francisco Marhuenda. Vidas paralelas.

En el Brasil de los primeros años ´30, las guerras civiles dotadas de escaso armamento fueron plaga recurrente. En alguna, uno de los dos bandos contendientes se inventó "La Matraca". Un artilugio en madera que imitaba el efecto de la ametralladora, que resultó un fracaso ante la ausencia de víctimas en el enemigo. Esta noche, la cháchara del señor Francisco Marhuenda (y epígonos) en "La Sexta Noche" representa eso mismo. Lo viene haciendo desde que el PP y su venerado Rajoy asumieron este miserable poder,con idénticos resultados que los devengados en otras tierras y continentes.

jueves, 15 de mayo de 2014

LOS BESOS



Cuelgo en lo posible fotos de besos. Besos tiernos, gentiles, apasionados y solidarios; todos generosos, por lo que significan de entrega en el "me gustas", o un "te quiero". No hay edad ni condición, o carné ni barrera protocolaria para dar y recibir un beso como Dios manda. 

Los escritores, también besamos, desde las palabras y el pentagrama de los renglones. La mayoría de los besos literarios se quedan en el papel. Unos pocos lo trascienden, eternizándolos en el tiempo y las sucesivas generaciones, mediante las singulares historias de amor o amistad. La sinceridad es requisito esencial a la hora de besar. También la especial selección. Besar a quien se lo merece, y que gente de valor te honre con sus besos por méritos reales, reconforta, animándote a ser mejor. El beso de verdad es un estímulo incomparable a cualquier hora del día. Uno de nuestros prodigios humanos se proyecta en la capacidad de besar. Con los labios, la boca entera, la caricia o una mirada tierna, de esas que poco abundan. El beso comporta el placentero don que no ejercitamos lo necesario. Y debiéramos. Para que así la hormiga, dejara de andar suelta a las tontas y locas, valorizando de una vez por todas la auténtica función del hormiguero.

miércoles, 14 de mayo de 2014

UN MISERABLE CÓNCLAVE DE VIEJOS PERCHERONES

               
 Fernando Henrique Cardoso maquinando para el Imperio. Como siempre.


A instancias del expresidente Fernando Henrique Cardozo, se celebró en Sâo Paulo un seminario sobre la América Latina actual. Disertaron en el mismo otros gerontes, tristes heraldos del neoliberalismo, que gobernaron tiempo atrás sin promover las reformas sociales que acompañan hoy políticas de inclusión social en los principales países de América Latina. Ellos son, además del vetusto Cardozo, Felipe González (España); Julio María Sanguinetti (Uruguay); Ricardo Lagos (Chile) y el ex canciller mexicano Jorge Castañeda. Todos y cada uno centraron sus ataques en el gobierno venezolano de Nicolás Maduro. Extendiéndola sibilinamente a gestores políticos que enfrentan a Washington y no siguen la política económica y social de la Unión Europea; entre ellos Brasil en palabras de Cardozo.
No son casuales la localización del cónclave y su promotor. La ofensiva neoliberal, violenta en Venezuela, tibia en Brasil, aprovechando a fondo los errores del PT y de Dilma, para que Aecio Neves y Eduardo Campos/ Marina Silva, probables aliados de coalición ante una probable segunda vuelta en la próxima votación nacional, dispongan bajo sus auspicios un relevo en tal sentido, prometiendo "Combatir la inflación y el gasto presupuestario" como ventilada prioridad. 
Todos los ex, figuras del ayer desprestigiadas en sus países, abrieron fuego en Sâo Paulo sobre "La democracia autoritaria", que hoy, según ellos, rige mayoritariamente los destinos del subcontinente. 
Sobre territorios, como Colombia, Honduras, Guatemala, El Salvador, Paraguay, Costa Rica, Haití, La República Dominicana, Panamá y México, modelos de exclusión social bajo influencia imperial norteamericana, no opinaron. Que sean un múltiple conglomerado de ensayos históros fallidos y criminales no les incomoda. La carga de los gastados percherones tira del viejo carro de ofertas. Lo pintan y remozan para hacerlo vistoso y atractivo. 

Pero quienes padecimos desde cada uno de los cinco países sus años de poder les conocemos bien...

martes, 13 de mayo de 2014

LAS PUERTAS DEL INFIERNO


LAS PUERTAS DEL INFIERNO.


"Las Puertas del Infierno" es la segunda entrega de mi "Detective en Hollywwod".
En la ocasión sigue la pista de un crimen, sumándose otra de que fue victima su joven ayudante de familia mexicana. Igual de negra que la novela inicial, en esta otra, ya viudo tres años después, le acechan nuevas tramas criminales y riesgos constantes, matizados por personajes femeninos aceptables o perversos. 
Editado en Kindle Amazon tras ser revisado por María Aparecida da Silva, fue un placer redactarlo, sumergiéndome en los años ´30, y sumándoles la angustia de Floyd por el destino de Rex Gentry y su mujer, combatientes solidarios con la República en la España de la Guerra Civil. 

Capítulo IV

En la vida casi nada es lo que parece. Pero la verdad es tan escurridiza como real el disfraz de su apariencia

En general vivo las pesadillas sin soñarlas, salvando aquella tan atroz que me anticipó, con casi dos años de antelación, la posterior muerte de Maggie.
Pero esa noche de domingo el mal sueño volvió, proyectado por imágenes silenciosas de Diego Torres Gallardo y su gesto de sorpresa ante el caño de una pistola a punto de vomitar fuego, brotando con percusión acústica medio ahogada por aquel cojín escarlata. 
Le vi desplomarse en cámara lenta y con los ojos muy abiertos, mientras escuchaba en off su voz espectral, diciéndome:

“¿Dónde estabas, Jefe? Llamé varias veces a tu número y no respondiste. Era urgente que supieras lo que creo haber descubierto sobre la muerte de Coleman. Nada es lo que parece…”

Mientras yo distraje mis ocios del sábado noche, él trabajaba duro. 
Por un instante, mi despertar nació sofocado por la culpa. Y en verdad no era culpable. Ya lo había señalado Carruthers de alguna manera. Nuestra profesión es así de jodida. 
Graduado en criminología, Diego era consciente de ello. Estamos más propensos a morir por mano ajena que mucha gente, aunque nos dediquemos a encontrar caniches traviesos, ancianos sin memoria que se pierden en el horizonte, y consortes extraviados en algunos burdeles de Tijuana, Aguas Calientes, o dos calles abajo. 

El lunes me desperecé sobre las seis AM, encajando varias líneas de investigación a cubrir en las siguientes jornadas, y de menor a mayor trazadas en la última duermevela. 
Desde localizar a Angela Minor hasta concurrir al resbaloso “Club Dux”, con un pretexto creíble y disuasor para ellos, entrevistando primero a las últimas tres esposas de Coleman que faltaba repasar. 
La rubia platino amistosa con Petrícola y el dueño del “Cosmopolitan” también figuraban en mi agenda de riesgo y experimentación. Pero me dije que aquello sería lo último de lo último, por razones que me negaba a considerar, al menos de momento.
Tras ducharme y repasar las noticias del “Los Angeles Times” que el repartidor dejaba en la puerta de mi piso, donde figuraba el misterioso asesinato de Diego con su sonriente foto de graduado, desayuné café con huevos revueltos y beicon. Luego, sobre las ocho y cuarenta y cinco, pasé por el buzón de La Brea, revisando correspondencia que mi secretaria, ausente por duelo, no podría recoger. También había apuntado, en nota que cogí del despacho, una llamada que horas antes de efectuar su hermano realizó una tal Dolores Doucette, sin dejar señas ni pedir entrevista. 
Sobre las nueve, cuando me largaba con el paquete de cartas para revisarlas con calma, aterrizó como caída del cielo Estelita. Y besándome una mejilla, susurró:

-Lo siento, Jefe. No puedo dejar en la estacada al señor que cazará al asesino de mi hermano. Más tarde veré al Teniente Carruthers. Él me brindará detalles sobre la muerte de Diego. Te llamaré desde Santa Bárbara para comentártelos. Con mamá ya encargamos a la funeraria que lo retire de La Morgue. Ellos nos retornarán a casa. Pasado mañana lo velaremos, conduciéndole después al cementerio.

-Estaré con vosotras en los dos sitios.
-Te alojaremos en casa. Sobra espacio.
-Seguro, prenda.

Era gente hospitalaria y de corazón grande, pese al inmenso dolor de la pérdida. Y mi secretaria la mujer ideal para cualquier tipo afortunado. Sujetándole el talle arropado en luto la abracé contra mi pecho. Sus veintidós primaveras olían a jazmines de Santa Barbara. Era un encanto de niña… y por desgracia podía ser mi hija.

-Te ordenaré un buen desayuno, cielo…- dije, asiéndole paternal la palma de la mano camino al ascensor.

Colegí que Carruthers le informaría sobre la autopsia sin comprometer el secreto de sumario, y al salir distinguí el “Hudson Six Coupé” de Petrícola a veinte metros, repitiendo el numerito del periódico abierto. 
Pensé que debía desembarazarme del estorbo por un tiempo, no sin antes darle un buen repaso. Nada mejor que tenderle una trampa; fácil cometido en vista de su encefalograma plano de bruto corrompido. 
Circulaba detrás de mí con esa vocación de mastín, persiguiendo al conejo en el recorrido del “Auburn”, camino a Venice. 
Intentando no perderme la pista, se mantenía a la visible distancia propia de un idiota. Aún ignoraba que iba a sacarle información a espuertas.
Yo había maquinado un truco simbólico que, sabiéndole primitivo y codicioso, no fallaría. En el asiento de atrás cargaba un amplio y vistoso maletín de viaje fabricado en genuina piel de cocodrilo, y se me ocurrió arrojarlo a baja velocidad en la medianera del asfalto de la carretera, vecina a una frondosa arboleda. 
El cabestro lo asoció con valores, entre ellos mi máquina, y frenó en el arcén para recogerlo, sin percatarse que le aguardaba el caño de mi “Browning” sobre su mollera, forzándole a que avanzase, camino a los árboles.

-¿Qué tal Lou. Ibas de picnic? Siento arruinártelo. Antes de echarme a llorar vamos a charlar un rato.

Obedeció sin rechistar, lívido y con las pezuñas delanteras en alto. 

-¿Conoces la Ley de Lynch?- dije señalando varios árboles.-Pues bien. Puedes ir eligiendo el que más te guste…

Respondió con una mezcla de bramido y lamento.

-Para tu suerte, no traigo escalera ni taburete. Quizá no tarden mucho en colgarte. Pero ya que lo pienso se me ocurre otra solución…
-No sé de qué hablas…- dijo con tono poco firme.
-Lo sentirás en tus carnes…

Petrícola era, créase o no, un remedo “B”, superior a la ya pobre clase “B” de George Raft, el amigo de Paul Muni en “Scarface”. 
Presentaba el mismo atildamiento del traje oscuro, la mirada envuelta en gamas grises y las patillas en bisel de chulo, aunque sin la moneda girando arriba y abajo. De revolearla en ese momento, la suya caería cruz.

-¡Liquidaste a Coleman, después a mi asistente y pagarás por ello!
-¡Hace tiempo que no mato a nadie. Soy inocente!

Era lo menos parecido a un inocente, y le sabía implicado en el primer asesinato. Al seguir cerrándose en banda juzgué que bastaba una buena tunda para aflojarle la lengua. 
De modo que enfundé la Browning en la sobaquera mientras le asía por la pechera de la chaqueta deportiva y le dí de mandobles, del derecho y el revés a mano abierta. 
Se zafó, y puesto en guardia, lanzó dos contragolpes. Uno lo esquivé, otro se lo contuve. Entonces tentó manotear un revolver calibre 32 con la diestra en el bolillo interior de su clamorosa chaqueta a rayas verdes, para zanjar la disputa, pero le torcí el brazo, volviéndole de espaldas, hasta que a un tiempo cayó el arma sobre la yerba, y crujió su hombro. Luego lo acomodé de frente, poniéndole a huevo. 
A su estertóreo chillido de hiena herida lo apagó un nuevo cross en pleno rostro, seguido de copiosa hemorragia nasal.
Asiéndole por los pringosos cabellos y doblado en sus rodillas, le oí borbotar clemencia ante otra seguidilla de golpes, rogando que le llevase a un hospital. Mi respuesta desembocó en un contundente directo al ojo izquierdo, mientras le recordaba su infamia más reciente.

-¡El pobre borracho no tuvo un hospital la noche bizarra en que le vapuleasteis hasta la muerte, canalla!

Con el ojo achicándose y la nariz que no paraba de sangrar, atinó a responder:

-¡¡Le dimos, es cierto… pero esa madrugada quedó vivo en las colinas. Te lo juro por mi madre!!
-Desde hace tres días me sigues por cuenta de alguien que pagó por ello. ¡¿Quién es?!

Su gesto vacilante dijo que meditaba la respuesta. O bien que ya no estaba en condiciones de brindar ninguna que fuese coherente.

¡¡No repetiré la pregunta!!- dije, amagando un puntapié disuasor contra su cabeza.

Alzó el brazo sano y la palma de la mano suplicando calma. Medio desfallecido, quería detener el estropicio. Sumada al feroz castigo, la amenaza le volvió locuaz. 

-¡El negocio me lo consiguió una puta sin revelarme su fuente. Cobré mil dólares!

Seguramente, aquella con quién compartía mesa en el “Brown Derby”. Pero él era responsable de la paliza que con sus tres cómplices dieron a Coleman. 

-Obraron bajo tu estímulo. Sin embargo, aunque hagan méritos y fantaseen, no son gángsters. Tú, en cambio, eres capaz de cualquier tropelía. Envenenar a su perra fue un mero entretenimiento. 
-De eso… también se ocupó ella. Le apodan “Goldie” y es muy lista. Se acostó un par de veces con él…
-Y tú con ella, administrándole los clientes, chulo de mierda. Anteanoche, entre polvo y polvo charlabais de negocios en el “Brown Derby”.

Había vuelto a sorprenderlo. 

-¡Entonces sabes que no miento!- dijo, procurando en vano sofrenar el terrible dolor de su brazo dislocado y los miembros restantes.
-¿Dónde puedo encontrar a tu socia?

Esta vez no demoró ni un segundo en soltar prenda. Pero faltaba zanjar el pleito…

-Verás, no es suficiente desencajarte una extremidad superior y romperte la nariz.-dije, señalando el pequeño tronco cercano a las añejas cenizas de una hoguera nocturna, improvisada estufa y lumbre de vagabundos.

Petrícola boqueaba saliva y escupía sangre recostado contra un árbol con el brazo fuera de caja. Semejaba un títere olvidado en el desván. Estaba hecho una pena, sin provocármela. Cuando empuñé el tronco empezó a temblar, mezclando varios deshechos orgánicos.

-¡¿Qué…vas a hacer…con ese madero…?!
-Conseguir que te enyesen la pierna derecha una temporada para que dejes de joderme. 
No desesperes, Lou, el brazo volverá a su sitio. Lo que viene será menos fácil de arreglar. Igual, te alcanzarán un bastón, y dada tu situación, quizá repongas fuerzas en un par o tres de meses…-colegí en voz muy baja, al tiempo que su ojo sano, muy abierto por el terror, reflejaba mi imagen alzando el tronco con las dos manos sobre el objeto a batir.

Siguiendo la pista del que financió la paliza, y probablemente la muerte posterior de Jerry Coleman, llegué a los alrededores del cuchitril que ocupaba la envenenadora de Esther y cómplice de Petrícola. Antes de perder el conocimiento me había dado el chivatazo.
Ella y sus cascos ligeros paraban en un viejo edificio suburbano de tres pisos. Pero mi estado de gracia encontrando una pieza clave del caso llegaba a su fin antes de empezar.
Para su poca fortuna y la mía, se la llevaban en camilla camino a la ambulancia, con medio cuerpo quemado, una mascarilla de oxigeno sobre el rostro en llaga viva, y la crencha de plata bastante achicharrada sobre la sábana que le cubría el cuerpo. 
Las partículas de ceniza continuaban navegando a sus anchas por el barrio, emergiendo con restos de humo desde un ventanal abierto en la segunda planta. 
El nuevo escenario de otro probable crimen.
Los bomberos habían sofocado con rapidez el breve incendio y aguardaban el patrullero de rigor. Pero aún permanecía el vecindario aglomerado, chismorreando que la rescataron sin poder reanimarla, y a juicio de varios quedó medio muerta. 
Dos minutos después desembarcó la policía, visionada desde mi retrovisor, a calle y media de distancia.
Con la probable defunción de la infeliz, se esfumaba su secreto…

Aún no había renunciado hallar a Fay Minor con vida. Desde mi oficina volví a marcar su número durante media hora, sin resultado. 
Allá donde estuviera se habría enterado del crimen de mi ayudante por los periódicos. A menos que fuese cadáver. 
Aquel silencio y la prolongada esfumatura no auguraban nada bueno...

Carruthers me lo confirmó en dos horas. Eso al menos consideré seriamente en un primer momento.
Me había citado en un recodo de la playa de Santa Mónica sobre las dos de la tarde para un reconocimiento. No me dijo cuál, hasta que me enfrentó al cuerpo sin vida de una mulata joven que unos pescadores habían rescatado mar adentro con una red. Me quedé de piedra sin pronunciar palabra. 
En los últimos días aquel policía no hacía más que recolectar cadáveres para exponerlos a mi consideración. Otra vez con causa.

-Hallamos esta tarjeta en el bolsillo del pantalón. Está algo desdibujada por la inmersión de horas, pero es suya.-dijo, enseñándomela con sumo cuidado y finos guantes de cirugía, tras extraerla de una bolsita de polietileno, reciente invento de los ingleses. Detrás, el gordo Barton me observaba desde su cinismo de jabalí.

Preguntó si la conocía y mintiendo dije que no. Pero mi pálpito se había cumplido. Era la hija mulata de Coleman. Una joven angelical que alquiló mis servicios, y desapareció tras el asesinato de mi ayudante. Observé que el Teniente no me quitaba ojo. Estudiaba una reacción que, pese a su vigilia, permanecía bajo absoluto control. Al fin se dignó a hablar.

-No se ahogó. Las marcas rojizas alrededor de su cuello delatan un previo estrangulamiento.

Era el abrupto final de su desaparición. Entonces, me reveló un historial sorprendente.

-Actriz de profesión oficial, la tenemos fichada como prostituta de ocasión. Una hija de Alabama sin suerte en las productoras y los casting. La gente de color no encaja en los primeros planos de un plató, a menos que cante y baile para el público blanco, o el tacaño de Jack Benny en la radio -con ayuda de “Rochester” Anderson- lo autoricen…

Seguí impasible, y subterráneamente expectante. El teniente parecía conmovido ante aquel despojo. Hasta fingió molestias oculares para frotarse los ojos.

-…Yo mismo la detuve más de una vez cerca de esta playa en los últimos tiempos por vender unos gramos de cocaína. Pero era diferente de otras furcias. Esta pobre criatura tenía algo que, para su desgracia, no empujó la suerte: sensibilidad. Tanta, que hasta en cierta ocasión conmovió al juez, hombre liberal y piadoso con la gente de color. Eso la libró de la condena, a cambio de una discreta multa bajo el cargo de consumo. Se llamaba…

Me mantuve imperturbable ante lo que pintaba una historia secreta revelada por la tragedia, aguardando el nombre de Fay Minor. 

-…Dolores Doucette.

Al comienzo me ganó el estupor, hasta que recordé su telefonema dejando su nombre a Estelita en mi ausencia, antes de que lo hiciera mi ayudante. 
Volví a maldecir aquello. De haber permanecido en la oficina quizá hubiera evitado dos muertes. Pero el destino juega muy malas pasadas. La finada fue tan convincente en vida que mi ayudante y yo nos tragamos el sapo como si fuese caviar.
Ahora mismo debía emplear mucha fuerza de voluntad para no sentirme un pelmazo. 
Ya dije que evaluando mujeres fallé en el pasado. Por otras razones más piadosas, volví a las andadas. Era una herencia filial. 
La infeliz Intentó contactar seguramente arrepentida con su impostura de encargo. También en Diego, la pasión por desnudar apariencias resultó más fuerte que desnudarla a ella, y la desenmascaró, tirando de la manta. Eso le costó la vida, aunque era poco probable que Dolores se la hubiese arrebatado. 
El asesinato a sangre fría requiere ciertas cualidades que no asomaban la cresta en la vida y obra de una chica como esa.

Los minutos volaban aquella tarde en Santa Mónica. 
Carruthers precisaba una respuesta lógica ante la incómoda aparición de mi tarjeta profesional, y se la brindé.

-Quizá se la pasó otra clienta del sector. Las prostitutas de cierto nivel recurren a mis servicios. Algunas saben que los famosos de la villa me contratan, y eso las atrae. Otras no, después de lanzar señales de humo. En general, son criaturas inestables y poco consistentes. Las pobres lucen como barriles agujereados por los que se les va la vida, de no abandonar ese campo de concentración del sexo de pago. Tienen miles de problemas. Usted lo sabe tan bien como yo. 
-Desde luego; son las variantes profesionales que siguen a una infancia atroz: chantajes, coacción, brutales palizas, o amenazas de chulos desairados, mujeres casadas que quieren revancha, etcétera. 
Con alarmante frecuencia terminan igual que esta pobre muchacha. Cuando conoces a una las conoces a casi todas. No a ésta en particular…
-Para mi es una desconocida…

Barton vigilaba mis reacciones todo el tiempo y reaccionó ante la negativa.

-No se engañe, Teniente. Conozco a Sinclair y me jugaría el cuello que conocía a esta furcia. Es un timador de los que intentan salirse con la suya. 

Su especialidad, incluyendo palizas a presuntos culpables pobres e indefensos, era entremeter el morro de puerco en un horno encendido.

-Oyéndote, Barton, da la sensación que el complejo de inferioridad con los tíos listos te abruma…-respondí sin llevarle el apunte.

Era de cerebro lento y demoró en reaccionar.

-¡Tal vez andas buscando que te parta la crisma, finolis del carajo!-acabó farfullando el aludido, y su pesada humanidad avanzó en la arena, con relámpagos en la mirada y los puños apretados. 

Pese a mis enormes deseos, no precisé derribar a aquella mole de grasa. El superior le contuvo con un gesto. 
Luego, mientras los camilleros de siempre cargaban camino al forense de La Morgue el cuerpo sin vida de una criatura desdichada con notable vena artística, Carruthers comentó:

-Vea, tengo una mañana movida. Primero fue otra prostituta con un golpe en la nuca, rematada por las llamas del breve incendio en un segundo piso de los suburbios.- dijo, enseñándome un primer plano de una vulgar sonrisa de faz enmarcada por cabellos color plata. 

-Matushka Irinova, nacida en Rusia y exportada a América por su familia a los tres años. La conocían por el apodo de “Goldie”. Un sinónimo de buen cuerpo conjuntando escaso talento. Alcanzó a trabajar en uno de los coros de Busby Berkeley, pero el gran coreógrafo y borrachín terminó cesándola, porque para rubias subidas de tinte le bastaba tirarse a Toby Wing. 
Por cierto, ¿la conoce?
-Entre tanta imitación de Jean Harlow ambulando por la villa prefiero la original.- dije observando la instantánea al pasar.
-Luego, un motorista nuestro en ruta encontró un “Hudson” aparcado en el arcén de cierto recodo frondoso, dirección Venice. Y a su dueño, tipejo bastante averiado, retorciéndose de dolor al pie de un árbol. Casualmente era amiguete de la difunta…

Le escuché imperturbable. Ser locuaz con cualquier policía no favorece la profesión.

-…Todo el mundo le conoce, y descuento que usted también. No porque sea popular, pues varios ciudadanos le han padecido. Se llama Lou Petrícola, y es un matón de poca monta, que entra y sale de chirona una vez al año; peligroso en ocasiones. 
-Soy de los que saben quién es, pero jamás le padecí.
-Lo daba por descontado. Denunció que una pareja de hombre y mujer, que hacían dedo y levantó, le robaron trescientos dólares de la cartera, golpeándolo tan salvajemente que no tuvo tiempo de usar su calibre ´32 en defensa propia.
-¿Usted cree esa versión?
-Se la escuché farfullar desde la cama ortopédica, con medio cuerpo enyesado en el Hospital Central. Y la verdad, no es muy verosímil porque esa paliza de campeonato que detalla el parte médico revela la labor de un profesional. No hablo de otro gangster o un boxeador. Tal vez de un ex combatiente. Yo mismo fui uno, del ´16 al ´18, y por lo que sé de usted, también…Claro que uno de estos cobardes, se merece eso, y más…

Su instinto de sabueso relacionaba vagamente las dos recientes difuntas y el estropicio del gángster con mi actividad, sin otro particular. Equivalía a decirme que en cualquier caso no era tonto, y eso lo sabía de sobra.
Después me ofreció un caliqueño y le dije que había dejado el tabaco desde el funeral de mi mujer.

-Yo en cambio no he podido. De eso ya hace diez años. Pero seguro aceptará que le invite a una copa en la terraza más cercana. Debo comentarle algo. Creo además, que ambos precisamos un trago...